Sevilla FC

Un Sevilla de dos caras

  • Con Caparrós la alegría y la intensidad de los duelos de casa dan paso a un talante especulador y defensivo a domicilio.

  • El equipo se ampara en el empuje de la grada.

Munir, al fondo, se lamenta mientras Jorge Molina celebra su gol en el Getafe-Sevilla.

Munir, al fondo, se lamenta mientras Jorge Molina celebra su gol en el Getafe-Sevilla. / Chema Moya / efe

El Sevilla de Caparrós está pagando la dualidad de su comportamiento cuando juega en el Sánchez-Pizjuán a cuando lo hace fuera de casa. Pese a que con la llegada del utrerano parecía haber puesto fin a un nulo balance a domicilio, una condición con la que con Pablo Machín no ganaba desde finales de septiembre en Éibar, los hechos y el paso de las jornadas están dejando la constatación de que el Sevilla juega a una cosa ante su afición y a otra totalmente distinta en sus desplazamientos.

Habrá quien diga que el Sevilla salió victorioso en los duelos ante Espanyol y Valladolid, los dos primeros con Caparrós lejos de Nervión, pero basta hacer un ejercicio de memoria para matizar que fueron triunfos que no solaparon un planteamiento conservador, sobre todo en el estadio José Zorrilla, donde el partido pasó por fases de dominio claro del rival –durante la primera parte– que llegó a exasperar a los aficionados sevillistas. La falta de acierto de los delanteros blanquivioletas fue fundamental para salir vivo y esperar al tramo final, donde los tantos de Roque Mesa y Promes llegaron más allá del minuto 80.

En Cornellà fue al revés, el Sevilla se adelantó tras el descanso gracias a un penalti a Andre Silva y dio un peligroso paso atrás, defendiendo ya en campo propio y pasándolo mal ante el acoso del Espanyol, que no pudo impedir que el efecto Caparrós se hiciera notar en su debut.

El comportamiento en los duelos ante Getafe y Girona sí que ya provocaron el enfado sin excusas de la afición sevillista. Ni los polémicos penaltis señalados por el VAR ni la actuación de Mateu Lahoz amortiguó la indignación de la hinchada por un planteamiento especulador y cobarde en el Coliseum en un partido decisivo en la lucha por la cuarta plaza. La primera línea de presión muy atrás, ya en campo propio, las líneas muy juntas para no dejar huecos..., han sido mecanismos que el Sevilla ha utilizado por sistema desde la llegada de Caparrós para frenar la sangría de goles que con Machín estaba recibiendo últimamente, pero no siempre es válido ese modelo.

En Montilivi, ante el peor equipo en su estadio, con una racha de seis derrotas consecutivas y el miedo al descenso, el Sevilla fue incapaz de imponer su mayor calidad por ese afán por meterse atrás, esperar al desgaste del contrario y dar el zarpazo en un contraataque o con la salida en el tramo final de jugadores desequilibrantes como Bryan Gil y Promes.

Todo ello contrasta con la otra cara de la moneda. En el Sánchez-Pizjuán Caparrós sí le ha dado rienda suelta al juego de ataque, a llegar con más futbolistas arriba y a jugar con más intensidad. Al margen de que pasó por problemas en fases de partidos que al final acabó ganando, el Sevilla en casa sí se agarra al empuje de su afición para tratar de someter a su rival y sacar partido de la extraordinaria calidad de sus futbolistas de ataque.

Se ha visto otra alegría, otra manera de atacar, con más jugadores acompañando y encarando los duelos individuales con más intensidad.

Y esta doble actitud le puede acabar costando caro a Caparrós en su deseo –pronunciado en voz alta– de seguir la temporada que viene independientemente de si logra el objetivo de la Champions o no. Porque al final todo penaliza.

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