Fiel a esa filosofía de vida que le imbuyó José María del Nido, el Sevilla le dispensaba un sentido homenaje a Francisco Ruiz Brenes, Paco en las alineaciones y Superpaco en los periódicos. Lo de Superpaco salió de la feraz sesera de Fernando Gelán tras un partido con la selección olímpica y la verdad es que el apodo hizo furor. Hizo furor y permanece indeleble en el tiempo, pues a este gaditano de la Isla de León se le conoce aún de esa manera.

Esa filosofía de vida que Del Nido le imbuyó al club consiste en abrillantar el pasado para lustrar el presente y cimentar el futuro. Esas camisetas legendarias sirven para propalar las esencias del Sevilla y para que cuantos vistieron la zamarra blanca le guarden fidelidad hasta el último momento. Ahora ha sido Paco, un gadita que lleva al club en la masa de la sangre y que guardó la meta sevillista en una época que no fue la mejor de cuantas vivió el club de Nervión.

Llegó al primer equipo cuando estaba recién descendido y su debut fue en el primer Trofeo Ciudad de Sevilla. En duro pulso con el algabeño Pepe Rodri, Paco alcanzó su plenitud con Roque Olsen en el banquillo y fue pieza fundamental para el anhelado retorno a Primera en 1975. En ese tiempo de mandato del sargento argentino mereció el apelativo de Superpaco, se las tuvo tiesas con Gustavo Fernández cuando Carriega y se consolidó nuevamente con Miguel Muñoz.

La llegada de Paco Buyo en el verano del 80 y un penoso incidente con un tribulete tras un entrenamiento en el estadio fue acelerando su marcha del Sevilla. El gallego se había adueñado de la portería, pero siguió dictando sevillismo en el vestuario con Manolo Cardo a las riendas del plantel. Acabó en el Cádiz, hoy es un próspero hostelero en Roche, no se pierde un viaje a Europa con su Sevilla y ya ha entrado en la nómina de las leyendas oficiales del club nervionense.