Celta-Sevilla | La crónica

Oscuros síntomas de decadencia

  • El Sevilla vuelve a perder lejos del Ramón Sánchez-Pizjuán al no ser capaz de cambiar de ritmo en ningún momento con un Celta moribundo

  • Ben Yedder tuvo la gran ocasión con 0-0, pero la estrelló en el poste

Sarabia trata de ganarle un balón a Okay, autor del gol céltico.

Sarabia trata de ganarle un balón a Okay, autor del gol céltico. / Salvador Sas / Efe

El Sevilla se despeña sin remedio. El conjunto de Pablo Machín no es ni siquiera la sombra del equipo pujante que asombrara durante el primer tramo del curso y ahora, sobre todo fuera de casa, es un conjunto de futbolistas que corretean sobre la pradera sin capacidad para cambiar de ritmo en ningún momento, como sin pensaran que el premio del triunfo les va a caer simplemente por inercia y sin ir a buscarlo. Lógicamente, tan poquito fútbol no le dio ni para sumar en la visita a un Celta moribundo que llevaba cinco derrotas consecutivas.

Pero la parsimonia con la que afrontó el Sevilla esta cita lo condenó sin remedio ante un adversario al que le bastó con sacar provecho de un córner, algo que por cierto parece imposible que hagan los sevillistas, para sumar los tres puntos. De paso dejó a la tropa de Machín con la cabeza de todos sus protagonistas repleta de interrogantes sobre el preocupante bajón experimentado hasta convertirse en una escuadra previsible e incapaz de hincarle el diente a ningún rival lejos del calor del Ramón Sánchez-Pizjuán.

Pero todas las cosas tienen su porqué, nada es casualidad y el bajón tiene muchos responsables para que se haya producido. Por ejemplo, resultó hasta irritante la imposibilidad de trazar un plan B en la noche gallega en lo referente al fútbol ofensivo.

Fue desesperante para los sevillistas la ausencia de un delantero puro en el banquillo cuando debieron buscar la igualada

Machín, como casi siempre, había puesto en liza a sus dos delanteros en el once inicial y los había acompañado de Sarabia y de Franco Vázquez. El esquema era idéntico al de los mejores tiempos de este Sevilla, pero el problemón dio la cara cuando debió de alterar el guión para tratar de rematar a ese Celta tan decadente, primero, o cuando siquiera debía tratar de igualar el tanteo. Con Sarabia ya exprimido en su escasa aportación de estos dos últimos encuentros en el lateral izquierdo después de que Maxi Gómez noquease a Arana, cabe suponer que la mirada del soriano hacia el banquillo debió ser un verdadero drama. El único futbolista que tenía allí con cariz ofensivo era el jovencísimo Bryan y tampoco se trata de un delantero puro que fuese capaz de mejorar a lo poco que estaba aportando hasta entonces Andre Silva.

Es la cruda realidad de este Sevilla confeccionado para acudir a las ruedas de prensa a lanzar mensajitos. Con Munir lesionado y con Nolito varado para largo plazo, los recambios para Ben Yedder y Andre Silva son prácticamente nulos. Bueno, para ser justos podría ser Promes, pero entonces quién ocupa los carriles, cuando el holandés está jugando por la derecha como también lo podría estar haciendo por la izquierda ante la nulidad de la aportación de quienes comparecen por ese costado.

La cuota de responsabilidad por supuesto también señala a un Machín incapaz de alterar el plan

Demasiadas cosas, sin duda, y también Machín, por supuesto, tiene su elevada cuota de culpabilidad. El técnico soriano no parece capaz de buscar un plan alternativo desde el arranque dentro de ese esquema fijo con tres centrales y carrileros que mal haría en alterar por ser señal de un bandazo que sí lo podría señalar a él. Pero dentro de esos parámetros existen más variables a las que acudir y, sobre todo, parece fundamental que no se deje transcurrir los minutos con la sensación de que no hay prisa ninguna para que acontezca algo.

Ésa es la sensación que transmite el Sevilla actual incluso cuando enfrente está un Celta tan extremadamente endeble, que parecía acudir al choque con las manos juntas y casi como si se tratara, con todos los respetos, de un animal resignado a su suerte de tener que pasar por el matadero. Pero los encargados de defender el escudo sevillista andaban empeñados en indultar al cuadro vigués. Jamás buscaban un pase definitivo, tocaban en zonas de seguridad y tampoco en exceso, la verdad, pero, sobre todo, transmitían la sensación de que nada les dolía, de que casi les daba igual que no sucediera absolutamente nada durante el primer periodo.

Sí, es verdad que el Sevilla puede acusar el cansancio, que tal vez juegue, como otras veces, con el plan de aguardar a la segunda mitad para apretar algo más el acelerador y tener algo más de opciones de salir con un triunfo, pero ya es más que evidente que ese plan ha dejado de proporcionarle resultados. Permitir que el rival siga vivo, no ser capaz de presionarlo para sacar partido de su estado de nervios, como le sucedió tanto en San Mamés como ahora le ha pasado en Balaídos, tiene como consecuencia una frustración tremenda cuando acaba el encuentro y los blancos, teóricamente superiores en calidad, salen con su zurrón completamente vacío.

Ben Yedder tuvo una ocasión clarísima, la única, nacida en Vaclik para corroborar el escaso fútbol nervionense

Y eso que el plan le puso salir bien a Machín si Ben Yedder hubiera acertado en la única que tuvo. Sin embargo, la gestación de esa oportunidad clarísima es la clara demostración del fútbol que en estos momentos ofrece este Sevilla. Un saque de Vaclik, una peinada de Andre Silva y la pelota le quedó en solitario al parisino para que éste pudiera arreglarle la noche a los nervionenses. Pero con todo a favor estrelló su disparo en el poste cuando parecía imposible que aquello no acabara en gol visitante.

¿Justo, injusto? Ni una cosa ni la otra, el Sevilla no había hecho apenas nada para agarrar con ansia verdadera los tres puntos y el castigo se incrementaría en un saque de esquina inocuo, uno más de un partido de fútbol. Pero Andre Silva lo defendió mal en el primer palo y la pelota se paseó hasta llegar a Okay completamente solo. El cuadro de Machín había resucitado al Celta y, sobre todo, ofrece unas sensaciones oscurísimas de estar en plena decadencia, de ser una escuadra cuesta abajo y sin freno. Que todo puede cambiar en una semana, sí, pero ése fue el Sevilla de Vigo, una colección de desganados y sin capacidad de cambiar de ritmo.

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