Sevilla FC

¿Para qué un cuerpo técnico tan vasto?

Quique Sánchez Flores junto a dos de sus ayudantes, Antonio Díaz y José Luis Oltra.

Quique Sánchez Flores junto a dos de sus ayudantes, Antonio Díaz y José Luis Oltra. / Juan Carlos Vázquez

De pronto, todas las miradas, y los oídos, se dirigen a Quique Sánchez Flores. Había mucho interés en atender a las explicaciones del madrileño sobre sus decisiones tácticas en el desastre de Montilivi, un baldón en su extenso currículum, un borrón feísimo en la historia del Sevilla, una derrota humillante... y, sobre todo, un reflejo espantoso de la peligrosa deriva en la que anda metido el club de Nervión. Todas las alarmas se han encendido ya en el Ramón Sánchez-Pizjuán, porque el recurso al cambio de entrenador tampoco da resultado. La plantilla no responde ya a los estímulos del nuevo técnico, que en Montilivi además empeoró ya el inicio de Diego Alonso.

Cuatro puntos sumó en sus cinco primeros partidos ligueros el uruguayo (empates con Madrid, Cádiz, Celta, Betis y derrota en Anoeta, 2-1) por los tres del madrileño, que logró con su esperanzador debut en Granada (0-3) para luego sumar cuatro derrotas ante Atlético de Madrid (1-0), Athletic (0-2), Alavés (2-3) y Girona (5-1). Pero quizá peor que los fríos números ligueros, y que están siendo solapados por el oxígeno que, de momento, les ha llegado al entrenador y a sus futbolistas con la Copa del Rey, sean las sensaciones y los mensajes que empiezan a llegar desde el propio Quique.

En Montilivi se le pidió una explicación del desastre. Y bien que lo explicó a posteriori: “Nos equivocamos. Los diez primeros minutos han sido buenos y la intención era quedarnos altitos, pero no necesariamente presionando siempre, porque llevar la línea de cuatro (la zaga) al mediocampo hoy no era la mejor idea. Hemos abierto el partido de esa manera, hemos llevado la línea hasta el mediocampo, con la presión alta sin robar la pelota. Ante jugadores velocísimos les hemos dado 50 metros a nuestra espalda para correr y les hemos abierto un partido que habría necesitado otra lectura y una mayor inteligencia colectiva. Tras el 0-1 había que situarse, digerir ese gol y a partir de ahí, volver a elegir opciones”. La explicación es perfecta, pero, ¿por qué no corrigió ese defecto sobre la marcha?

Bien es cierto que Sávio y Dovbyk desmontaron al Sevilla en apenas dos minutos, los que van del empate en el minuto 13 al 2-1 en el 15. Pero Quique Flores, y su nutrido cuerpo técnico, perseveró en un error que observó todo aquel que vio el partido. El madrileño insistió en que la defensa era de cuatro, y no de cinco, dado que Jesús Navas no jugó de carrilero, sino de marcador de Miguel Gutiérrez cuando el Girona atacaba y el Sevilla se defendía. Y eso sucedió bastantes veces. Si ya era poco motivador ver a un campeón del mundo de 38 años siguiendo como una sombra a un joven lateral de 22 años que rompe a los rivales metiéndose en el carril del 10 para desequilibrar, mucho peor era la anchura de campo que quedada entre el palaciego y la cal, por donde Sávio vio la autopista para reventar a Nianzou y a todo el Sevilla.

Lo curioso es que, a diferencia de sus predecesores en el cargo -salvo Sampaoli, que sí tenía una nutrida cohorte-, Quique llegó con un numeroso cuerpo técnico en el que cuenta, por ejemplo, con otro entrenador con experiencia en la Liga como José Luis Oltra, que es su segundo, además de dos ayudantes técnicos como David García Cubillo y Antonio Díaz, junto a su preparador físico, Jordi García. Eso, sin contar con los asistentes del club que lo ayudan en el día a día.

Quique analizó muy bien las razones de la apabullante derrota. Pero no dio con la tecla. Si tiene centrales que no brillan por su rapidez, ¿cómo no les pidió que bajaran la línea de presión, que no hubiera esos 50 metros? En el 3-1, Dovbyk recibió cerca de la medular y desde ahí hasta el área dejó en evidencia a Sergio Ramos. En el 4-1 y el 5-1, de nuevo la zaga estaba adelantada y fue destrozada con pases interiores. ¿No hubo correcciones o no las atendieron los jugadores? Esto, más que la mancha del 5-1, es lo grave, la sensación de un discurso inane que ya no cala.

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