La ecuación perfecta
Matías Almeyda logra en un tiempo récord enganchar a toda la plantilla, hacerla creer en un modelo que requiere un gran esfuerzo físico difícil de entender sin recompensas y, por fin, meterse a la afición en el bolsillo
Casi tres años y medio sin pisar puestos europeos
El punto de ebullición ha sido una goleada al Barcelona para la que se alinearon todos los astros, aunque el sevillismo debe tener presente que llegarán semanas en las que se enfadará con el equipo y con el entrenador como hace sólo dos jornadas con la derrota frente al Villarreal (esa rotación masiva también tenía su porqué). El camino es largo y todavía pueden pasar muchas cosas, pero lo que sí es seguro es que de momento Matías Almeyda ha dado con la ecuación perfecta para tener enganchado al público y muy metida a toda la plantilla, que le está respondiendo con una fe ciega en el modelo.
Metió mucha intensidad física en un verano tórrido en la ciudad deportiva con una periodización un tanto anticuada para lo que hoy se mueve en el mundo de la preparación física aplicada al fútbol, el ATR (Acumulación, Transformación, Realización), una planificación que consiste en la concentración de cargas en periodos determinados, además en el caso de Guido Bonini separándola del trabajo con balón, con el choque que eso produce en el futbolista en Europa ya habituado a otro tipo de entrenamientos. De ahí que en aquella época Almeyda hablara de la necesidad de que el grupo se habituara a una manera “nueva” de trabajar para lo que es verdad que se necesitan resultados para que el futbolista pueda creer en el mensaje y en que es posible.
El triunfo ante el Barcelona, de la manera en que se dio, es el mejor refuerzo para ello. La forma de jugar de este Sevilla requiere un esfuerzo físico en el que es clave no desfallecer y tener una fuerza mental importante. Que llegue un premio como el 4-1 a todo un líder como el Barcelona supone más vitamina para este patrón de juego que no está tan en desuso (en Inglaterra es común aunque con ciertas variantes) como se pueda pensar.
Pero Almeyda ha sabido tocar las teclas mágicas. También su mensaje sincero, fresco, limpio y sin dobleces ha calado en el sevillismo y en la plantilla, nada que ver con la doble intencionalidad que se le ha visto a otros que han pasado por aquí como Sampaoli, Alonso o García Pimienta, al que se le volvió en contra su descarado servilismo a los dirigentes.
Almeyda no se esconde, habla claro (ya recordó que el Sevilla es el que menos invirtió en fichajes) y mira a los ojos a los futbolistas. Ha logrado encanchar a jugadores que parecían perdidos como Nianzou, Januzaj, Marcao y próximamente lo hará con Joan Jordán, al que se le veía en un vídeo siendo de los más activos en la celebración en el vestuario tras el 4-1. No hay jugadores que se sientan apartados y ello contribuye a que no se creen grupitos en la plantilla y a que todos vayan a una (sólo Álvaro Fernández tiene difícil la reconciliación).
Y al final ha llegado lo que le estaba faltando. Almeyda ha logrado devolver la locura a la grada y ponerse de su parte a una afición que andaba en los partidos en el Sánchez-Pizjuán más pendiente de buscar el momento de pedir la dimisión del consejo que de animar y disfrutar del fútbol. Y ese verbo, disfrutar, estaba empolvado en un cajón del olvido.
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