"No soy un patadura"
Opinión / Pisando área
Antonio Cordón lo ha avisado: Almeyda no es un Klopp ni un Guardiola, pero tampoco un Diego Alonso

MATÍAS Jesús Almeyda puede que esté, ahora mismo sin que el balón haya echado aún a rodar, en parecida tesitura a hace 29 años. Aquella temporada que ninguno de los sevillistas que la vivieron podrá olvidar quedó marcada por frases que se hicieron lapidarias en el tiempo, como grabadas en un mármol oscuro y tétrico en los avernos de la peor historia de un club que un año antes había vivido la pesadilla del descenso administrativo y la manifestación que asustó a las autoridades.
Quedaron en el aire frases que ilustraban el desastre de todo lo que se hacía. El “me temblaron las piernas” de Cristian Colusso, aquella estrella argentina que anunció González de Caldas y que llegó a la estación de Santa Justa como lo que era, un adolescente asustado. Le impresionó cómo retumbaba el Sánchez-Pizjuán y quiso salir corriendo. O el “como todos los daneses” de José Antonio Camacho cuando le preguntaron cómo era Thomas Rytter, lateral derecho del que –evidentemente– no sabía nada y que el Sevilla le había fichado aquel loco verano en el que todo se apostó a dos jugadores, Robert Prosinecki y Matías Almeyda, 1.200 millones de las antiguas pesetas que jamás se habían pagado por un futbolista en el Sevilla y que eran una auténtica barbaridad. El inversor externo, Antena 3, ya estaba dentro –desde la locura romántica de Maradona y Bilardo–, lo que después se bautizaría como el “paquete maldito”.
Por todo eso, aquel verano del 96 en el que la afición soñaba con que Caldas, entre Mercedes y Mazagatos, trajera al Burrito Ortega, Almeyda se encontró sin comerlo ni beberlo en medio de una gran frustración. Al sevillismo le vendieron un Ferrari y había llegado un Tractorcito. Al hombre, harto de críticas, le salió aquello de “no soy un crack ni un patadura”.
Casi tres décadas han pasado y Cordón ha tenido que aclararlo. No es un Klopp ni un Guardiola, pero tampoco un Diego Alonso. El Pelado tiene la ocasión de sacarse una espina y demostrar que los estereotipos no valen en el fútbol.
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