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El orgullo no pudo con el rodillo

  • El Sevilla tuteó al Bayern en medio de un paroxismo de fútbol y cánticos hasta que Heynckes apretó las tuercas en una segunda mitad de impotencia

Algunos sueños son imposibles y el Bayern Múnich marcó el techo de un Sevilla corajudo y rabioso que sucumbió ante el poderío pleno de técnica, táctica y solidaridad que es este equipazo que dirige Jupp Heynckes. El viejo zorro alemán vio las orejas al lobo tras una primera parte vibrante e inolvidable y redondeó la perfección teutona con el ingreso de Rafinha al descanso. El brasileño, desde la izquierda, inició la jugada que supuso ese 1-2 que convierte en quimérico el pase a las semifinales. Lo marcó Thiago, un admirador de la entregada hinchada sevillista que se convirtió en su verdugo.

En el Ramón Sánchez-Pizjuán se respiraba adrenalina. Era un partido sin aliento, sin margen al respiro entre un ruido ensordecedor, el que ponía la enardecida grada local y al que replicaba la fiel hinchada bávara. Los ecos iban de Gol Norte a Gol Sur, pasando por Fondo y Preferencia y la grada, de uno y otro bando, celebraba cada córner, cada balón interceptado en el último instante, entre el alivio y la rabia. La respuesta del partido, sobre el césped, respondió al estruendoso prólogo de himnos y cánticos. Los compases finales de la identitaria melodía de El Arrebato pisaron los primeros sones del himno de la Champions, inspirado en una obra sacra de Händel, el compositor alemán que hizo fortuna en la corte barroca inglesa.

Y si no había resuello en la grada, menos lo había en el césped. Del academicismo teutón, de la búsqueda del desequilibrio con los balones en largo, de banda a banda, a fútbol de potreros de Correa y Mudo y a la ratonería de Ben Yedder para anticiparse a Boateng o Hummels, centrales de la Mannschaft a contra estilo. Porque el Bayern Múnich rezuma calidad en cada toque, en cada combinación, y se repliega con la avidez del que defiende el honor de una historia de grandeza.

El presidente del Sevilla, José Castro, en el palco. El presidente del Sevilla, José Castro, en el palco.

El presidente del Sevilla, José Castro, en el palco. / Antonio Pizarro

Ante eso, el coraje sevillista, la velocidad y la valentía. En uno de los eléctricos ataques sevillistas, Escudero se inventó un centro a Ben Yedder, cuya dejada cayó en colaboración de Mudo y un central a Sarabia. Desde el punto de penalti abrió demasiado el pie derecho y la mandó fuera. Una ocasión clamorosa que convirtió el clamor en conmoción de rumor, de incredulidad. Fue en el minuto 20, y en el 32 llegó el paroxismo. Otro centro intuitivo de Escudero lo aprovechó Sarabia anticipándose a Bernat y fusilando con la izquierda a Ulreich. Los cimientos de Nervión temblaron.

Pero el rugido tuvo la reacción del león bávaro. Müller realizó otro cambio al centro y el balón llegó a Ribery tras prolongación del recién ingresado James. El centro del veterano francés, en su tour de force y velocidad con Jesús Navas, dio en el palaciego y el balón entró pese al intento de David Soria, que lo desvió al palo antes de entrar. Más rugió Nervión. "¡Sevilla, escucha, ésta es tu grada!". Orsato, árbitro que contribuyó al fútbol sin resuello por su criterio permisivo, pitó el final de la primera parte. Ovación y respiro.

Pero tras el descanso, Heynckes puso a funcionar su rodillo y el Sevilla miró hacia su techo con impotencia... Hasta un arreón de orgullo final que tuvo su guinda en un tirazo de Sandro que sacó Ulreich. La grada rugió de nuevo, pero ya era imposible. El Bayern era un muro y el sueño parece inalcanzable. Pero qué disfrute...

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