No es fácil, para nada, negociar con Jorge Sampaoli. En el Sevilla, además, lo conocen de su anterior etapa, en el que se vivió de todo. Sus intentos de espantada eran, podía decirse, de lo más suave.

Ahora, aunque las posturas están muy cercanas –si no, no se plantearían ya una destitución inminente–, también ha habido tiras y aflojas y el de Casilda se ha destapado con peticiones de todo tipo. Para empezar, su caché es alto y en Francia, segundo con el Olympique Marsella tras el intratable PSG, ha dejado el pabellón alto. Suele llegar con un séquito amplio de colaboradores, aunque ésas son cuestiones menos importantes en un contrato del nivel del que estamos hablando.

Sampaoli, además, ha pedido más de un año de contrato, pues entiende, como todos los entrenadores que llegan con una temporada empezada, que la plantilla no se ajusta al proyecto que él tiene en la cabeza y para el que se le contrata.

Por ello también es lógico que, cuando lleve un tiempo en Sevilla y analice el plantel, pida los refuerzos que crea necesarios. De hecho, ya habría puesto algunos nombres encima de la mesa.

También ha pedido ganar algo de tiempo o bien lo está haciendo a través de demorar el acuerdo, aunque las líneas maestras de éste están trazadas. Pero el rosarino también, de alguna manera, ha querido evitarse el trance de medirse a todo un Borussia Dortmund recién aterrizado.

Una de las características de su personalidad es ser siempre muy ventajista. De hecho, en su anterior etapa en el Sevilla, cuando en pretemporada ya intentó marcharse ante la llamada de la selección argentina, su idea era dirigir al equipo en las dos finales antes del inicio liguero, con dos títulos en juego, en la Supercopa de Europa ante el Real Madrid y la Supercopa de España ante el Barcelona. Casi nada.