El testimonio de un vecino del Papa en Buenos Aires
Las sandalias del pescador. Un ejemplo de grandeza en la humildad
El padre Jorge Bergoglio se vinculó desde muy joven a la Compañía de Jesús, como es natural, dada su formación humanística, estaba muy dedicado al apostolado barrial que, para esa época, no era común y menos aún frecuente, en un mundo convulso y colmado de conflictos.
Desde los años tempranos de su juventud se estaba perfilando como un hombre de bien, con coraje apostólico, mucho carácter, que contagiaba entusiasmo y motivación para el trabajo, en su misión de consolidar una formación profunda, religiosa y espiritual.
Siempre en sus proyectos apoyaba a los jóvenes, a los más carenciados, a los pobres y a los ancianos con bajos recursos económicos, sin perder la esencia del pueblo, la comunión con la gente de “nuestro querido barrio porteño de Flores”.
Los vecinos, lo destacamos, por haber sido un hombre honesto, muy profundo en sus reflexiones y acciones, sensible, empático, siempre actuando de corazón y teniendo el sentido de “piedad popular” como un arraigo de la vida cotidiana. Bergoglio fue un hombre muy cercano, a quien le fascina el contacto con la gente, escuchar, preguntar, conocer las necesidades de los demás, agradecer y empatizar.
Tenía frases y dichos muy arraigados que repetía a sus amigos y los fieles cristianos que lo escuchaban casi extasiados, “con la tentación y con el diablo no se negocia de ninguna manera” decía, y cuánta razón llevan sus palabras.
En ocasiones le oí decir, “con el pobre no se juega hay que descubrir en él su espiritualidad, su esencia y vivencias. Aparte hay que darles herramientas, educación, estudios, ayudarlos con alguna acción social y lo mejor de nuestra vida espiritual”. Sin lugar a duda, no se equivocaba. Su mirada atenta y compasiva incluía a todos sin importar sus rasgos identitarios, su color de piel, su condición social y económica.
Cuando era un simple sacerdote, aunque dudo que alguna vez fuese alguien “simple”, y tuve el agrado de presenciar sus misas, hacía referencia no solo a los pobres sino también a los enfermos, a los drogodependientes, a los presos, a los marginados de la sociedad. A ellos dirigía sus homilías, pero también pasaba tiempo entre los más vulnerados, se sentía parte de sus entornos; lo movilizaba la necesidad de escuchar y ayudar.
Fue en la Basílica de San José de Flores, lugar donde frecuentaba desde pequeño formando parte de la acción católica, donde descubrió su vocación religiosa. Nunca olvidó su barrio como tampoco nosotros, los vecinos, olvidamos su benevolencia, sus miradas, sus gestos de comprensión, su enorme corazón.
Me lleva a compartir estos gratos recuerdos con vosotros, la nostalgia por mi barrio, la melancolía que me llega junto a los acordes del tango que acompañan a mi Buenos Aires querido.
Y más aún, por ser vecino del padre Jorge, ya que viví a unas pocas calles de su vivienda natal, en el barrio porteño de Flores, ciudad de Buenos Aires. La calle Varela fue testigo de sus andares; allí viví hasta el año 2000 cuando decidí emigrar a Sevilla, esta hermosa ciudad que me acogió junto a mi familia, nuestro lugar maravilloso en el mundo.
Tengo varias anécdotas de mi juventud. Recuerdo que Jorge viajaba siempre en “colectivo” - los buses- para desplazarse a cualquier sitio. Y muchos fines de semana cuando regresaba a mi casa en el colectivo 132, mientras el amanecer se reflejaba en la basílica San José a las 7 de la mañana, lo encontraba preparando los alimentos y la ropa que como habitualmente lo hacía, llevaba a los barrios más carenciados.
Nuestro querido Jorge, porque así lo llamábamos en el barrio, se lo veía con gestos amables y esbozando una sonrisa, saludaba efusivamente a todos los vecinos que pasaban y se interesaba por su cotidianidad, era como un padre para todos.
Como buen argentino amante del fútbol, que él practicaba de pequeño en las plazas del barrio, se hizo simpatizante del club San Lorenzo. Su nombre es en homenaje al párroco fundador, Lorenzo Massa, siendo el único club de Argentina que lleva el nombre y el apodo de “El Santo”. Hasta en eso el padre Bergoglio tal vez se vio influenciado para ser “hincha del cuervo”, ya que Lorenzo era párroco y se vestía con una larga sotana negra. Los colores del club están inspirados en la bandera de la orden Salesiana, el rosa pasó a ser rojo y el celeste a azul. Así nació la “camiseta” del azulgrana.
Y por esas sorpresas que tiene la vida, mi hija nata en Sevilla, cursó los estudios primarios y secundarios en el colegio de las Salesianas, y mi esposa fue profesora de la Universidad del Salvador, en Buenos Aires, Universidad de la Compañía de Jesús. Parece ser que el destino nos llevaba a recorrer caminos semejantes a los de Bergoglio.
Mi buen amigo Gustavo Álvarez, un bonaerense cantante profesional de tango, con una voz muy particular y emotiva tuvo el honor de contar entre sus seguidores a quien fuera el Papa Francisco. Como buen porteño y amante apasionado de su tierra, de su ciudad natal, estaba siempre en primera fila, con una asistencia perfecta, disfrutando del encanto y la melancolía que esta música ciudadana nos transmite.
Nadie podía imaginar lo que la vida nos tenía preparado, a Bergoglio y a nosotros, que desde España celebramos la llegada de un nuevo Papa. Hacia el año 2013, un 13 de marzo, a las siete y cinco horas de la tarde, se produjo la fumata blanca. Con ilusión, expectativas y una enorme alegría supimos que el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, quien adoptó el nombre de Francisco, se convertía en el primer Papa latinoamericano y jesuita.
Fue uno de los días más felices de nuestra estancia en Sevilla, nuestro cura párroco, aquel que conocíamos de la Basílica San José de Flores, se convertía en el papa Francisco, ¡sí señor! Habemus Papam. ¡Y argentino! En nuestra humilde casa en Sevilla reinaron las lágrimas con mucha emoción, con ese sentimiento a flor de piel, me fundí en un abrazo junto a mi querida familia gritando con entusiasmo y fervor. Una sensación comparable a la que los argentinos vivimos cuando se gana una Copa Mundial.
En estos tiempos difíciles para la humanidad, llenos de incertidumbres, conflictos, desigualdades y desesperanza, el ejemplo de Francisco nos llama a la reflexión, a la cordura, a la contemplación de la grandeza que hay en lo simple, en lo cotidiano. Nos invita a compasión, al perdón, a la gratitud, a la unidad, a valorar la diversidad y a respetar las diferencias, virtudes todas que debemos rescatar tal como lo hizo Francisco si queremos legar a nuestros hijos un futuro por el que merezca la pena seguir luchando.
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