Que no te toque un toro bravo

Balcón de Sol

'Profesor', el quinto toro, fue ovacionado en el arrastre.
'Profesor', el quinto toro, fue ovacionado en el arrastre. / Juan Carlos Muñoz

01 de mayo 2025 - 00:23

Cuentan que un día estaban Juan Belmonte y Rafael el Gallo tomando café en Los Corales cuando se les acercó un maletilla. Empezó éste a contarles la faena imaginaria que haría si le tocaba en suerte un toro bravo. Ambos lo escucharon con interés y, cuando terminó, Belmonte con su tartamudeo característico le dijo: “Quiera Dios que nunca te toque un toro bravo”. Esa anécdota debió estar pensando El Fandi cuando, derrotado, iba hacia las tablas tras dar cuenta del cuarto de la tarde.

Fue ese cuarto toro, de nombre Profesor, abanto de salida como todos sus hermanos. No destacó en la suerte de varas ni tampoco en las banderillas que, con un derroche de facultades, puso el propio matador. Inició éste la faena, con la derecha, rodilla en tierra, en la segunda raya. El toro, fijo en la muleta, con el hocico en la arena, se arrancó como una exhalación, con ritmo y son, seguía la muleta hasta el final, repitiendo, repitiendo y repitiendo hasta que el matador, desbordado, se lo pudo quitar de encima con un forzado de pecho. No se esperaba el matador tal derroche de bravura y, de nuevo de rodillas, cito al toro para que otra vez el torrente se desbordara. Ya de pie lo citó de nuevo y el toro, tanto con la izquierda como con la derecha, siguió enseñando las mismas cualidades. No fue capaz el matador de acoplarse. Nunca encontró la distancia ni la manera de dominar la embestida y así se sucedieron enganchones y coladas que, poco a poco, hicieron que la faena decayese y el toro se aburriese. Qué gran verdad es que un toro te da pero a la vez te exige y, como siempre se ha dicho, descubre a los toreros. Lo mató de un pinchazo y una estocada trasera. Saludó El Fandi desde el tercio mientras el público aplaudía al toro en el arrastre, sabedor supongo de que se le había ido, con las orejas puestas, el toro que todo matador espera.

Sorprendió David Galván. Los aficionados sabíamos de su triunfo en San Isidro, de su toreo caro, pero ayer tuvimos la posibilidad de disfrutarlo in situ. Ocurrió en el segundo de la tarde, otro buen toro en una corrida desigual en presentación y juego de Alcurrucén. El toro, abanto como todos sus hermanos, no destacó en los primeros tercios para romper en la muleta, donde, sin perder nunca ese punto de mansedumbre, saliendo suelto siempre de los engaños, embistió con transmisión y sobre todo con ritmo, mucho ritmo. Se dio cuenta desde el primer momento el matador, que, tanto por la derecha como por la izquierda, lo toreó con elegancia y suavidad. Los pases brotaban profundos y solemnes, destacando especialmente los pases de pecho, de pitón a rabo, al hombro contrario. Remató la faena, ya en el tercio, con un ayudados por bajo que fueron todo un cartel de toros y otro monumental pase de pecho. La plaza estaba entregada y, a buen seguro, hubiese cortado la oreja de no haber matado de una estocada atravesada que necesitó de tres descabellos para que el toro doblara.

Gines Marín tuvo el peor lote de la tarde. Frío y mecánico, poco más pudo hacer ante unos toros que, como todos sus hermanos, fueron abantos sacando ese punto de mansedumbre tan propio del encaste y sin embargo no rompieron en la muleta.

Nos fuimos de la plaza contentos, en esta Sevilla tan ensimismada en sus toreros, habíamos descubierto a un torero, David Galván, de La Isla, al que desde ahora habrá que seguir con interés.

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