Visión agregada

Viejo y nuevo keynesianismo

  • En los setenta se modificaron tres parámetros básicos en la teoría de Keynes: economías cerradas, tipos de cambio fijos y precios en descenso.

ROGELIO VELASCO

Catedrático de Análisis Económico.

Universidad de Granada

A lo largo del tiempo, hemos conocido en el campo de las Ciencias Sociales una gran variedad de teorías que han intentado explicar fenómenos del mundo real. En la mayoría de los casos, esas teorías ofrecían respuestas a problemas particulares del tiempo en el que nacieron. Otras, sin embargo, contienen elementos y análisis que superan la prueba del tiempo, ofreciendo respuestas definitivas a problemas intemporales y trascendiendo a su generación.

Con el keynesianismo ha sucedido que, nacido en la época de la Gran Depresión, con economías cerradas, tipos de cambio fijos y niveles de precios descendentes, la propia evolución de las economías a lo largo del siglo XX ha obligado a los economistas inspirados por Keynes a reformar algunos principios fundamentales que el economista inglés formuló hace ahora tres cuartos de siglo.

La continuidad del funcionamiento básico de las economías occidentales después de la II Guerra Mundial hasta la década de los setenta –cuando se produjo el primer shock del petróleo– mantuvo intacta a la teoría keynesiana. Sin embargo, la evolución posterior modificó sustancialmente los parámetros básicos en los que Keynes elaboró su teoría; el shock del petróleo hizo el resto. Las economías ya no eran tan cerradas como en la década de los treinta; los tipos de cambio, aunque fijos, estaban sometidos a fuertes presiones como consecuencia del gran desarrollo de los movimientos internacionales de capitales, lo que provocaba tensiones revaluatorias o devaluatorias y, en fin, la espectacular subida del precio del crudo introdujo elevadas tensiones inflacionistas.

En ese contexto, las políticas monetarias expansivas para combatir una recesión, no sólo no contribuían a salir de ellas, sino que, acelerando la tasa de inflación, generaban efectos muy negativos sobre la actividad y el empleo. Además, los rápidos movimientos de los agentes ajustando sus precios a la nueva situación –sindicatos y empresas en el interior y los mercados de capitales en el exterior– exacerbaban los efectos. Los primeros, generando subidas adicionales de precios; los segundos provocando fuertes devaluaciones de la moneda.

El keynesianismo se vio obligado a reformular su teoría por dos vías. Primero, porque la propia realidad había cambiado respecto de la situación en la que Keynes la formuló. Y en segundo lugar, porque los trabajos de Milton Friedman habían mostrado la inutilidad de la política monetaria en esas condiciones de funcionamiento de la economía real. Edmund Phelps fue quien reconcilió, en este aspecto fundamental, al keynesianismo con la evidencia de los hechos. En la actualidad, ya no existen diferencias significativas entre keynesianos y no keynesianos respecto del papel de la política monetaria en una situación inflacionaria y con reducción de la actividad real.

Pero se ha avanzado más, en el sentido de una mayor concordancia entre el punto de vista de los seguidores de Keynes y de los que no lo son. En la actualidad casi todos los economistas están de acuerdo en la influencia sobre la demanda agregada de las políticas monetarias y fiscales.

Además, el principio keynesiano de la relativa rigidez de los precios también es ampliamente aceptado: éstos cambian, pero no lo hacen inmediatamente, con lo que las modificaciones en los componentes del gasto –consumo, inversión o gasto público– deparan efectos a corto plazo sobre la actividad. Otro elemento compartido por todos es la existencia de un multiplicador del gasto público, aunque existe aún una notable controversia sobre si es mayor o menor que la unidad. No obstante, estos acuerdos básicos no significa que todos seamos keynesianos. Continúan existiendo importantes discrepancias entre keynesianos y economistas neoclásicos.

Los primeros continúan sosteniendo, como en la obra original de Keynes, que en la mayoría de las circunstancias el desempleo es demasiado elevado, ya sea por insuficiencia de la demanda agregada o por el lento ajuste de los precios. Además, tampoco creen que los periodos de recesión sean respuestas eficientes del mercado ante desajustes fundamentales, como sostienen los seguidores –neoclásicos– de la teoría real del ciclo económico.

No obstante, los keynesianos han cambiado su perspectiva acerca de las restricciones a las que están sometidos los gobiernos para estabilizar las economías, alineándose con los economistas neoclásicos. En primer lugar, existe siempre un retraso entre el momento en el que las políticas deberían cambiar y cuando el gobierno lo reconoce. Segundo, existe otro retraso entre ese momento y cuando el gobierno adopta decisiones. Y, por último, otro retraso entre la adopción de decisiones y los efectos reales sobre la economía.

Quizás, la más importante discrepancia que ha sido resuelta, es la existencia de una tasa natural de paro. Friedman, por el lado monetarista, y Phelps por el keynesiano, rechazaron la idea de un intercambio a largo plazo entre tasa de inflación y de desempleo, alineando las dos escuelas y modificando unos de los principios del keynesianismo.

La obra de Keynes, como la de todos los científicos sociales, ha sido, pues, modificada para adaptarla a las nuevas evidencias empíricas y a los desarrollos teóricos. A pesar del transcurso del tiempo, no ha perdido ni su gran originalidad teórica ni su influencia sobre la política económica. Sigue viva y sigue siendo útil para los problemas de nuestro tiempo.

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