Velá de Santa Ana

La cucaña sigue de moda en Triana

  • La prueba más tradicional de la Velá de Santa Ana sigue congregando público en el Guadalquivir

Un joven parece bailar sobre la cucaña.

Un joven parece bailar sobre la cucaña. / Juan Carlos Muñoz

Velá y cucaña son sinónimos cuando llegan los días finales de julio a Triana. La tradición más genuina de la ya fiesta mayor del verano en Sevilla toma protagonismo junto al Puente del Triana. Una barcaza cercana a la margen trianera de la dársena del Guadalquivir anuncia la prueba, que consiste en atrapar una bandera colocada al otro extremo de un resbaladizo palo de madera. La recompensa, más que material, es intangible. Los trucos para conseguirla son tan antiguos como la prueba, que se remonta a mediados del siglo XIX con motivo del nacimiento de la Infanta María Cristina de Orleans, hija de los Duques de Montpensier. Un suceso que llegó mucho después del comienzo de esta práctica, atribuido al Reino de Nápoles en el siglo XVI.

El público adelanta su llegada a la Velá de Santa Ana y Santiago para asomarse al río y estudiar las cortas pero intensas carreras sobre el palo de los intrépidos. Padres, hijos, sobrinos o amigos se unen durante un rato en torno a la barcaza, que sirve de islote entre las dos orillas y de pasatiempo mientras va cayendo el sol en Sevilla y las casetas se llenan.

Los aplausos se mezclan con las expresiones de frustración durante toda la tarde. La cucaña pone a cada uno en su sitio y a la bandera en manos de quienes las merecen. Los más veteranos aleccionan a los novatos antes de lanzarse al agua y nadar los pocos metros que separan la orilla de la embarcación. Allí deberán subirse y esperar su turno para salir disparado con una meta amarilla entre ceja y ceja: la bandera. Los que se la llevan consigo salen sonrientes del agua. Los que la dejan atrás se reparten entre la lamentación y la rabia. Algunos los intentan una y otra vez hasta que lo consiguen o la luz puede con ellos.

Aún quedan dos días de cucaña en este 2018. Dos tardes de oportunidades como si de la Maestranza, que es testigo en la orilla contraria, se tratase. La cucaña es el todo o nada. Un pequeño momento de gloria que se lleva repitiendo generación tras generación junto al puente. "El palo y la bandera parece que atraviesan uno de los círculos del puente cuando vas corriendo", afirma un experimentado corredor de cucañas que mira lesionado desde la zapata.

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