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El romanticismo marcó la consolidación del flamenco como espectáculo, siendo los viajeros extranjeros la principal fuente de sustento de estas funciones a las que acudían en "busca de lo exótico. Coincide con la época de la exaltación del espíritu nacional; el flamenco levantaba muchas pasiones y eso marca esta fecha del romanticismo, donde los turistas visitaban Sevilla y surge el souvenir". Rosana de Aza es la comisaria de la exposición La Sevilla Flamenca: una mirada romántica, una muestra que acoge el Centro Cultural Flamenco Casa de la Memoria y que exhibe auténticas joyas en forma de souvenirs, de pintura costumbrista, de mantones de manila de incalculable valor, abanicos, cerámica y vestuario de la época, entre otros objetos y obras de arte.
Las piezas de la colección de La Sevilla Flamenca pertenecen a los fondos de la colección de la Casa de la Memoria. Obras del siglo XIX que sorprenden al visitante, que no espera encontrar en este espacio cuadros que describen a la perfección la vida en la Sevilla de entonces a través del flamenco. "Fue a lo largo de la década de 1840 cuando emergen entre las memorias de los viajeros extranjeros las primeras experiencias en fiestas particulares. Estas fueron preparadas por los cicerones y los maestros de bailes con bailes de jaleos y boleros. En estos años, y en paralelo, los pintores locales y extranjeros residentes en la ciudad crearon el tema de los bailes españoles y flamencos dentro del género de costumbres; también apareció la primera academia de bailes, la de Miguel de la Barrera; se inició la industria turística del souvenir desde un punto de vista artesanal... y comenzó la expansión de los bailes españoles y flamencos gracias a algunas de las bailarinas más importantes de Sevilla, como Manuela Perea, La Nena, en Londres, o Petra Cámara, en París", explica la experta y doctora en Historia del Arte, Rocío Plaza Orellana.
De esta forma, en la exposición quedan recogidos, a través de las obras expuestas, los dos tipos de bailes que se contrataban en Sevilla durante el romanticismo: los bailes de palillos y los de gitanos. "En ambos se ofrecían repertorios de la escuela bolera como los fandangos, boleros y seguidillas o bailes de jaleos, el Olé y el Vito. Los bailes de boleros se distinguían por el uso de castañuelas y por su ejecución en pareja; mientras el Olé o el Vito, los más demandados, los ejecutaba una mujer sola, sin castañuelas", aclara Plaza Orellana.
Estas pinturas de bailes, creadas en la década de 1840, tanto para los turistas como la clase burguesa, pueden verse en la Casa de la Memoria, donde se exhiben obras de pintores como García Ramos, "muy cotizado en la época", destaca Rosana de Aza, que detalla los elementos e indumentarias del momento que se recogen en las pinturas: guitarras, fajines, castoreños, castañuelas, panderos, guitarras o chaquetillas.
Una romería en la Cruz del Campo, anónimo de la Escuela Sevillana del XIX, es un buen ejemplo del folclore gitano, "incluso se detalla la figura de la Guardia Civil que vigilaba el espectáculo", cuenta la comisaria.
Es en uno de los cuadros de Eufeme Gerard (1850) donde se aprecia como la burguesía convivía o se relacionaba en estos espectáculos con los gitanos del momento, al igual que en la de Francisco Moles.
Entre pinturas y souvenirs, "que surgen a raíz del interés que despertaban estos espectáculos en los extranjeros y en su interés por mantenerlos en el recuerdo", la pieza más antigua de la exposición: un libro, de 1816, Colección de seguidillas, trianas y polos para ser cantadas con guitarra.
De gran valía son las pinturas de Cayón, "reputadísimo autor que también reproducía cuadros en abanicos y panderetas", concreta De Aza, quien admira y se detiene en la explicación de una obra donde se representa un baile de gitanos: "Estamos investigando esta obra, que muestra una escena realista con bailes del candil y donde una niña toca la bandurria. Es muy frecuente encontrar en la pintura de la época a mujeres tocando la guitarra. En este caso, creemos que la obra pertenecen a Sebastián Carranza".
Los productos derivados del baile flamenco sobrepasan a la pintura y es también en el XIX cuando los souvenirs aparecen en forma de castañuelas, panderos, abanicos, mantones o mantillas. Todos ellos se recogen aquí. Pintados a mano, destacan curiosidades como la pandereta, pintada por García, que escenifica el momento en el que Joselito El Gallo, acompañado de su representante, le pide la mano a Pastora Imperio, que está junto a su madre. "Esta escena tuvo que tener mucha repercusión en la época y se reprodujo en panderos, abanicos y grabados que fueros vendidos como souvenirs", cuenta Rosana de Aza, que también pone de relieve una pieza cerámica de la Cartuja de Sevilla, "que ganó una medalla de oro en París y de la que conservamos una lámina con el mismo grabado elaborada 50 años antes".
De la belleza de la pintura a la curiosidad de los souvenirs (auténticas piezas de lujo) y a la espectacularidad de los mantones de manila. Ocho mantones se exponen aquí, el más antiguo de 1850 bordado con flores, aves del paraíso e incrustaciones de marfil. Una de las muchas maravillas que recuerdan a la Sevilla flamenca más romántica.
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