Etapa 17 del Camino Olvidado: Pandorado-Fasgar | Bucólica aproximación a la sierra de Gistredo

Recorrido de 27 kilómetros que va en progresivo ascenso hasta superar los 1.200 metros de altura.

Etapa anterior: La Magdalena-Pandorado

Inicio del Camino Olvidado desde Bilbao

Puente a la entrada de Barrio de la Puente.
Puente a la entrada de Barrio de la Puente. / Emilio J. de los Santos

La etapa 17 del Camino Olvidado es una subida constante, aunque tan suave que resulta agradable después de los desniveles quebrados que dejamos atrás. El camino remonta los ríos Omaña y Vallegordo hasta llegar al precioso pueblo de Fasgar. Recorremos valles verdes y serenos, salpicados de pequeñas localidades llenas de calma y encanto, que transmiten una atmósfera bucólica y acogedora.

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Actualización: Incendios de 2025

Entramos en una de las zonas que se han visto afectadas por los incendios de León en agosto de 2025. Las llamas calcinaron áreas del final de esta etapa, justo entre Vegapujín y Fasgar. El recorrido aquí descrito se realizó en septiembre de 2024, entonces un entorno muy verde y fresco. Si se transita actualmente, es posible que nos encontremos con muchas zonas quemadas.

Partimos del santuario de Pandorado, donde concluimos la jornada anterior. Por delante nos esperan 27 kilómetros que, paso a paso, nos llevarán a superar de nuevo los 1.200 metros de altitud sobre el nivel del mar. El desnivel positivo total es de 400 metros. Al final, la caminata nos situará a los pies de la sierra de Gistredo, las montañas que dominan este territorio y que guardan uno de los grandes hitos del Camino Olvidado. Pero ese descubrimiento quedará para la siguiente etapa.

Bajada a La Omañuela, en los primeros compases de la tapa.
Bajada a La Omañuela, en los primeros compases de la tapa. / Emilio J. de los Santos

Tomamos la carretera LE-4427, que desciende junto a la iglesia. Apenas hay tráfico y el trazado serpentea por la ladera ofreciendo la primera panorámica del valle del Omaña, con sus cerros verdes que caen suavemente hasta el río. Tras dos kilómetros de bajada alcanzamos la pintoresca población de La Omañuela. Es la única zona con perfil negativo. Desde ahí comienza un falso llano: una subida tan ligera que apenas se nota, pero que nos acompañará durante el resto de la jornada.

La etapa va alternando todo el rato tramos por bosque y por carretera.
La etapa va alternando todo el rato tramos por bosque y por carretera. / Emilio J. de los Santos

La carretera se transforma en un carril que avanza junto al río, entre la Peña Viejín y Los Carballos. El paseo es plácido y pronto nos conduce al municipio de Guisatecha, junto a la carretera LE-493. Apenas la seguimos unos metros antes de desviarnos a la izquierda. El sendero asciende por las faldas de Los Carbones, cubiertas de robles, frescas y sombrías, aunque embarradas en días de lluvia. Desde la media ladera se vuelve a disfrutar de una magnífica vista del valle y del Castillo de Benal, del que quedan restos desde el siglo XIV. El puente al pie del camino invita a acercarse, aunque apenas se conservan sus muros: fue desmantelado en el XIX para construir la carretera.

Castillo de Benal visto desde lejos. Nos podremos acercar más adelante.
Castillo de Benal visto desde lejos. Nos podremos acercar más adelante. / Emilio J. de los Santos

El camino gira entonces entre praderas y colinas hasta cruzar el Omaña por un puente y entrar en Vegarienza. En la otra orilla tomamos el arcén hacia la izquierda, avanzando dos kilómetros junto a la LE-493. Al pasar la Venta de Aguas Mestas, la carretera gira en horquilla, pero nosotros seguimos de frente por la LE-4402, separándonos del río Omaña para empezar a remontar el Vallegordo.

Un caballo a la salida de Cirujales.
Un caballo a la salida de Cirujales. / Emilio J. de los Santos

Pronto aparece ante nosotros el pueblo de Cirujales. Tras atravesar su calle principal llegamos a un pequeño parque con bancos y una fuente, lugar perfecto para descansar. Llevamos ya 12,5 kilómetros recorridos. Desde allí, una pista de tierra cruza el río Vallegordo por un puente y, tras varias bifurcaciones, nos lleva junto a la falda del cerro de Valdice. Esta zona, llamada La Vega, es llana y agradable de caminar. Tras kilómetro y medio alcanzamos Villaverde de Omaña.

Regresamos a la LE-4402, que iremos acompañando intermitentemente hasta el final de la etapa. La carretera suele estar tranquila y la visibilidad es buena. Avanzamos hasta el siguiente pueblo, Marzán. Hay que destacar que ninguna de estas poblaciones tiene servicios. Seguimos un kilómetro y medio más antes de desviarnos a la izquierda. El sendero, algo difuso bajo la Peña Balandrona, nos obliga a pasar un par de portillas para el ganado antes de devolvernos de nuevo al asfalto.

Tramo difuso tras la localidad de Marzán. Al fondo se ve una portilla que tendremos que atravesar.
Tramo difuso tras la localidad de Marzán. Al fondo se ve una portilla que tendremos que atravesar. / Emilio J. de los Santos

El ascenso empieza a sentirse. A la altura de la ermita de Santa Ana, a pie de carretera, ya hemos superado los 1.200 metros. Llevamos 19 kilómetros y nos acercamos a Barrio de la Puente, tras un breve desvío fuera del asfalto que se agradece. Más adelante, un camino rural nos permite cruzar el río hacia Torrecillo, un pueblo encantador de casas de piedra donde la tranquilidad es absoluta.

Ermita de Santa Ana.
Ermita de Santa Ana. / Emilio J. de los Santos

Por el paraje de Los Rachones cruzamos el Vallegordo y, tras un pintoresco puente de posible origen romano, entramos en Posada de Omaña. Aquí, tras doblar por la primera calle a la izquierda, regresamos una vez más a la carretera. Será el último tramo: a poco más de un kilómetro, visitamos Vegapujín. Al fin, dejamos definitivamente el asfalto y afrontamos la parte final.

Precioso sendero antes de alcanzar Fasgar.
Precioso sendero antes de alcanzar Fasgar. / Emilio J. de los Santos

El valle se angosta. Caminamos entre la vegetación de ribera y el escalón del cerro de Tesa las Pozas. La bonita senda rural nos conduce hasta Fasgar, un pueblo escondido entre montañas que conserva cierto aire mágico. El pequeño núcleo se extiende en la estrechez que conforma el río Vallegordo, a los pies de la sierra de Gistredo, un paraje que acoge especies tan valiosas como el oso o el urogallo.

El valle se estrecha mucho en Fasgar.
El valle se estrecha mucho en Fasgar. / Emilio J. de los Santos

Merece la pena perderse entre las casas de piedra y pizarra de esta pintoresca localidad, contemplar cómo el río se integra en la vida del lugar y detenerse en sus numerosas fuentes adornadas con figuras de animales. En la plaza se celebran a menudo partidas de bolos leoneses y no es raro que los vecinos inviten a algún peregrino a unirse al juego.

Fasgar tiene muchos rincones con encanto.
Fasgar tiene muchos rincones con encanto. / Emilio J. de los Santos

Fasgar nos recibe con hospitalidad: cuenta con un albergue bien equipado que incluso repone víveres y a la entrada tiene una tienda-bar. La etapa termina aquí, en un rincón donde el silencio y la naturaleza reinan, envolviendo al caminante con la sensación de haber llegado a un lugar fuera del tiempo.

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