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Velá de Santa Ana

El sueño de una noche en el arrabal

Casetas y veladores conviven durante la Velá de Santa Ana.

Casetas y veladores conviven durante la Velá de Santa Ana. / José Ángel García

Hay una leyenda negra alrededor de la Velá de Santa Ana que hace que los de la otra orilla del río no quieran pisar la calle Betis la última semana de julio. En intramuros afirman que en la Velá el ambiente no es idílico y que aquellos que la frecuentan no son lo que se dice unos santos. Nada que ver con la realidad. Por eso, otros muchos afirman convencidos que la leyenda la creó un trianero y se dedicó a difundirla para que la fiesta grande del arrabal fuera por siempre y para siempre de los trianeros y así ningún foráneo se atreviese a corromperla.

No por falta de hospitalidad en el barrio o por un independentismo exacerbado con respecto a la capital, más bien porque la Velá es a los trianeros lo que una boda en una familia muy numerosa. La fiesta más antigua de la ciudad (desde hace dos años Fiesta Mayor) es esa gran reunión en la que vuelven a verse las caras rostros conocidos, en la que los amigos de toda la vida exaltan su amistad y en la que, aunque vayas solo, terminas conociendo a todo el mundo. Triana es puente y a parte y por eso su Velá es más que una Fiesta Mayor.

Al llegar el mes de julio en el arrabal se respira otro ambiente. Los trianeros saben que se acerca la Velá de Santa Ana y muchos organizan su vida en torno a ella. Los grupos de Whatsapp echan humo a la hora de elegir el día en el que toda la pandilla acudirá a la Velá y los vecinos se cruzan por San Jacinto y, en lugar de decir eso de a ver si nos tomamos una cerveza, pregonan aquello de nos vemos en la Velá. Y eso en Triana pasa.

Una flamenca a la grupa se observa a través de la estatua de Juan Belmonte. Una flamenca a la grupa se observa a través de la estatua de Juan Belmonte.

Una flamenca a la grupa se observa a través de la estatua de Juan Belmonte. / M. G.

Llevan sin verse desde aquella vez en la que coincidieron en el tanatorio pero saben que en la Velá coincidirán. Y se tomarán una cerveza con unas sardinas en la caseta de la Hermandad de la Divina Pastora, harán su foto de la decoración para posturear en Instagram y luego irán a la caseta del PP porque, aunque no comulguen con el partido, los mojitos están a 3 euros y las noches de Velá parecen las más calurosas del año.

Calor y abanicos conviven en armonía con un hilo musical que cada vez tiene un volumen más bajo. Las polémicas de años anteriores quizás invitan a los responsables de las casetas a dejar las canciones como una simple música de fondo y no como melodías ensordecedoras. Los trianeros lo agradecen, sobre todo los que hace tiempo que no se ven y aprovechan para ponerse al día. Aunque cuesta trabajo.

Espetos de sardinas, una de las tapas estrellas de la Velá de Santa Ana. Espetos de sardinas, una de las tapas estrellas de la Velá de Santa Ana.

Espetos de sardinas, una de las tapas estrellas de la Velá de Santa Ana. / José Ángel García

Antes de entrar en la calle Betis, justo a la altura del puestecito de avellanas verdes, empiezan los encuentros. Resulta imposible avanzar, aunque el enorme oso panda de al lado del stand de la marca De Triana (el photocall oficial de la Velá) capta la atención de todo el mundo y obliga a continuar el paso. Todos quieren una foto con él y raro es el trianero que a estas alturas no tenga ya una instantánea con la curiosa criatura.

El curioso oso panda que está al lado del ‘stand’ de la marca De Triana. El curioso oso panda que está al lado del ‘stand’ de la marca De Triana.

El curioso oso panda que está al lado del ‘stand’ de la marca De Triana. / M. G.

Superada la primera barrera de encuentros, toca decantarse por una caseta. Da igual a cuál se acuda, el trato de los camareros siempre es agradable, los precios son populares y muchos hasta te regalan sardinas con tal de que la primera caña la tomes en su casa. Sardinas, montaditos, croquetas, pescaíto frito y hasta paella son las tapas que se toman durante la Velá. Gloria bendita para el paladar de los trianeros que, más que comer, beben porque ni la cercanía del Guadalquivir mitiga el calor sevillano.

Al contrario que en la Feria de Abril, donde la caseta de cada uno se convierte en el único enclave en el que detenerse, en la Velá lo mágico es el desplazamiento. Ahora una pará en la caseta del PSOE, en la que este año cuelga la bandera del Orgullo LGTBI, luego otra en la de la Hermandad de la Estrella para terminar en la caseta de la Hermandad de San Gonzalo, que es la última de la primera tanda de casetas y parece que allí el aire decide hacer acto de presencia.

La iluminación de la Plaza del Altozano vista desde abajo. La iluminación de la Plaza del Altozano vista desde abajo.

La iluminación de la Plaza del Altozano vista desde abajo. / M. G.

Y, mientras la sutil brisa hace que por un momento los rostros dejen de transpirar, algunos reparan en el alumbrado de la calle Betis. Guitarras, flamencas a la grupa y hasta unas castañuelas dotan de color y alegría una de las arterias principales de Triana.

Color y alegría que parecen no tener fin porque, aunque las casetas empiecen a cerrar sus puertas alrededor de las dos y media de la madrugada, los trianeros no se resignan a abandonar la calle Betis. Para ellos siempre es la última noche, aunque saben que, como cada año, harán pleno durante toda la Velá. Ya sea por ver a aquellos vecinos con los que no se encontraron el primer día, por consumir en aquella caseta en la que no se entró o por vivir un amor de verano de los que luego se convierten en sevillanas y que tienen a Triana y su puente como únicos testigos.

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