Ildefonso Falcones. Escritor

"No pretendo ganar el Premio Nobel, yo juego en otra división"

  • El exitoso novelista barcelonés regresa con una nueva novela histórica, 'La reina descalza', ambientada en la Sevilla y el Madrid del siglo XVIII.

Para olvidarse del "despacho, de esa parte de la vida diaria estresante, que te machaca y te persigue y no te deja dormir", porque durante muchos años, dice, trabajó "como un cabrón", "catorce, quince horas diarias, y domingos, y hasta festivos, eh", Ildefonso Falcones escribió siempre, escribió, escribió y escribió, y guardó varias novelas en un cajón del que no las piensa ya sacar, todas ellas marcadas por el rechazo de las editoriales, pero este abogado especializado en Derecho Civil no dejó de probar suerte. Y finalmente la encontró, vaya si lo hizo, con La catedral del mar, uno de esos best-sellers que la renqueante industria editorial busca denodadamente y no siempre encuentra. Tras aquella obra, una historia de amor e intrigas ambientada en la Barcelona del siglo XIV, el autor, que no ha abandonado del todo el bufete porque prefiere "seguir tocando el suelo", regresó con La mano de fátima, una novela en la que recreaba la expulsión de los moriscos, y estos días está de vuelta a la dura pugna en los expositores con La reina descalza, editada de nuevo por Grijalbo.

"Yo tenía interés en meterme en la época de la sobreexplotación esclavista en Cuba, pero se me hizo un poco cuesta arriba, tener que viajar allí, etcétera, etcétera... Entonces lo que hice fue traerme a la esclava cubana aquí y con ella me traje además la música", explica Falcones (Barcelona, 1959) sobre el germen de esta abultada novela (más de 700 páginas) que transcurre entre Sevilla y Madrid. El nacimiento del flamenco -o del "preflamenco, como dicen los entendidos"-; el colosal negocio clandestino del contrabando de tabaco, con sus ramificaciones en el seno de la Iglesia; la conocida como Gran Redada o Prisión general de gitanos, un aciago episodio histórico no demasiado conocido popularmente, una iniciativa por la cual el marqués de la Ensenada "intentó exterminar a una raza, y además así de clarito se expresó: la idea era tenerlos encerrados de por vida en la cárcel, y así evitaban la procreación..."; todo este trasfondo histórico, con la Triana más bulliciosa y el Madrid de los teatros señoriales como escenarios, aparecen en esta historia de amistad, pasiones y venganzas protagonizada por dos mujeres.

"Las dos están unidas por la música, y también por el ansia de libertad", explica el autor, que arranca su novela con la llegada a Sevilla de Caridad, una mujer negra que deambula desorientada por las calles de la ciudad después de haber dejado atrás un pasado de esclavitud en Cuba. En su nueva vida se cruzará Milagros, "una gitanilla feliz, caprichosa y dicharachera" por cuyas venas corre la sangre de la rebeldía. Las dos se harán inseparables... hasta que un mandato real -el ya citado, promovido por el marqués de la Ensenada- convierta a los gitanos en proscritos. Sin embargo, aunque sus caminos se separan dolorosamente, el destino volverá a unirlas en Madrid, donde habrá una segunda oportunidad para unos personajes que aman, sufren y pelean por lo que creen justo.

Hasta aquí la entrevista promocional, el inevitable (o no) tono habitual en los encuentros con los autores que disfrutan del rarísimo privilegio no sólo de poder vivir de lo que escriben, sino de contar sus lectores por cientos de miles, por millones, de tener, en fin, la vida prácticamente resuelta. Habitualmente los autores de best-sellers o bien se limitan a activar durante un rato una combinación de impecable y distante cortesía y de retórica publicitaria lo bastante velada como para no resultar jactanciosa, o bien se enrocan en una pose de dignidad herida fruto del presunto agravio de una crítica literaria ridículamente parnasiana. No es el caso de Falcones.

"Que la novela histórica es un éxito lo llevo oyendo desde La catedral del mar", dice, en el comienzo de lo que acaba siendo una charla ya menos protocolaria. "Ahora quizás hay menos por la crisis, pero estos años ha habido un aluvión tremendo de títulos de ese tipo... Bueno, es un género dentro de la literatura, ¿no? A mí me interesa, leo de todo pero éste me gusta especialmente. Y si es denostado a veces, será, digo yo, porque en momentos determinados algunas novelas no cuentan la verdad; cuando me dicen que la Historia se puede cambiar por exigencias del guión yo me llevo las manos a la cabeza, no confundamos novela histórica con novela esotérica, como por ejemplo El código Da Vinci, que de histórica no tiene nada. En ese punto de unión del esoterismo con la Historia, ahí es donde se fracasa".

Por la inusual franqueza con la que habla, también cuando lo hace sobre sus propias novelas, el escritor barcelonés parece adoptar el papel de invitado de paso, de persona que ha llegado a la "feria de vanidades" del mundillo literario y lo observa desde una esquina sin sentirse completamente dentro. "Mi relación con ese mundo no existe. Hombre, a veces sí, pero poca, muy poca. En según qué ambientes te metes, a veces resultan complejos. Están esos tipos que dicen no sé qué, que lloran cuando matan a un personaje... ¡pues no lo mates!", exclama entre risas. "Coño -continúa-, si sabes que lo vas a matar, ¿no? O si no, vete haciendo a la idea unos días antes, y así no lloras cuando lo mates. Es que se dicen unas cosas que... ¡joder! Y es un mundo muy endogámico. Desde el mismo momento en que el crítico escribe otra novela que está en la librería al lado de la tuya... Y te dicen: no, no, es que esto es objetivo. Hombre, no, no, no lo es. Y este señor está compitiendo conmigo en el mercado y además resulta que hace una crítica de mi novela, de la mía o de otro. Es complicado".

"Hay quien se lo toma mal y quien se lo toma bien", dice sobre una de esas afirmaciones que algunos asumen casi como una verdad revelada por ciencia infusa: que vender mucho molesta (a los demás). "Me da igual si molesta o no. Lo que sí puede llegar a molestarme es que algunas personas se suban a según qué tribunas para machacar. ¡Pero es que yo no pretendo ser Premio Nobel! No me compare usted, no busque enfrentarme con nadie, que yo juego en otra división", dice dirigiéndose a ese imaginario juez agrio. "Otros sí juegan en esa división, no sé si porque pueden o porque se apuntan, pero es lo mismo: yo juego en otra, yo lo que quiero es entretener a la gente. Que no me comparen con la calidad. A la literatura que usted llama de calidad, póngala ahí; y la mía póngala allá, ya está".

Y además qué es la calidad: otra parada insoslayable. "No hay nadie que te lo pueda definir. Alguno llega y te dice: hombre, recrearse en el lenguaje, en un lenguaje maravilloso... Óigame, no me interesa: ni escribirlo ni leerlo. A mí me gusta Dumas, Los tres mosqueteros. Yo vendo mi producto, vendo entretenimiento, y ya decidirá el público si tiene calidad o no". El suyo, amplísimo, ha decidido que sí. Y le invitamos a que explique por qué. "Me imagino que por la sencillez, por la precisión en el lenguaje, que no tiene florituras. A ver, yo cuando me acuesto leo 20 minutos, 25 minutos, mucho me tiene que enganchar la historia o muy fresco tengo que estar yo para leer más; bueno, pues tú en este libro -toma un ejemplar de La reina descalza- te lees veintitantas hojas y algo ha pasado en ellas, seguro. Creo que la recreación histórica está bien planteada. Y suceden cosas. Y a partir de ahí, poco más, vamos. Lo que no puede ser es tirarte dos páginas definiendo un mantel".

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