-¿Qué le sugiere el número 5151?
-Es el número que me identificó durante los cuatro años y medio que estuve prisionero en Mauthausen y en los kommandos de Bretstein y Steyr, en Austria.
-¿Cómo logró salir de allí?
-Puede que me ayudaran mi constitución física y mi mentalidad, mis deseos de vivir. Pensaba que, aunque el mundo era injusto, tenía que luchar.
-¿Añoraba su pueblo, Olvera?
-Pensaba en Olvera, lo recuerdo bien. A Mauthausen llegamos tres olvereños. Uno era secretario de la CNT en Olvera y el otro era presidente del Partido Socialista. Murieron allí.
-¿Qué les ocurrió?
-Los trasladaron a Gusen, uno de los campos exteriores. Mi amigo Raya me dijo: "A ver cuál es el primero que va a Olvera". Y le contesté: "Quizás ninguno".
-¿Le afectó mucho la muerte de sus compañeros?
-Yo era consciente de que era muy difícil salir de Mauthausen. Por tanto fue una alegría inmensa llegar vivo al fin de la guerra. Era de los más jóvenes y ahora soy de los poquitos que quedamos.
-¿Qué hacía cuando estalló la Guerra Civil?
-Era aprendiz de zapatero. Tenía 16 años y el patrón me había despedido, porque no estaba de acuerdo con la miseria que había en Andalucía. Los patrones preferían a la gente que se doblegaba.
-¿Había hambre en su pueblo?
-Mucha. En mi casa vivíamos de prestado. La dueña de la tienda nos daba garbanzos, tocino y aceite y se lo pagábamos cuando mi padre trabajaba. Luego mi madre se colocó en las matanzas.
-¿Cómo entró en combate?
-Era sindicalista y formé parte del Comité de Defensa del Pueblo tras el Alzamiento. Defendimos los barrios obreros, pero llegó un momento en que tuvimos que escondernos en la sierra y huir a Ronda.
-¿Allí se alistó?
-Me puse al frente de un pelotón de veinte hombres, como teniente. Fuimos andando desde la sierra de Ronda hasta Almería. Tardamos cinco días en llegar.
-¿En qué otros frentes combatió?
-En los de Cataluña y Aragón. En la batalla del Ebro tuve un papel importante como teniente de transmisiones. Dirigí la compañía cuando el capitán cayó enfermo.
-¿Qué ocurrió tras huir a Francia?
-Estuve en Argelés y Barcarés. A los oficiales de la República nos metieron en unas barracas al llegar, asegurándonos que la situación mejoraría. Con la mala suerte de que estalló la Guerra Mundial.
-¿Y…?
-Nos pusieron a trabajar. Formamos una compañía que fue a fortalecer la línea Maginot, llamada así por el oficial francés que la ideó. Construimos una larga trinchera anticarros.
-¿Y lo apresaron los alemanes?
-Éramos prisioneros de guerra. Pero las autoridades alemanas consultaron con Madrid y el ministro de la Gobernación, Serrano Suñer, les dijo. "De esos españoles no queremos saber nada". Con esa respuesta nos envió a Mauthausen.
-¿Cuántos españoles eran?
-Llegamos a Mauthausen unos siete mil españoles y salimos un tercio. Los demás murieron de hambre.
-¿Sabía que iba a un campo de exterminio?
-Lo supe al entrar, al ver a unos compañeros que llevaban meses allí. Le dije a mi amigo Raya: "Estamos jodidos".
-¿Conoció la existencia de las cámaras de gas?
-En Mauthausen había una cámara de gas, pero no puedo hablar de ella, porque casi todo el tiempo trabajé en los comandos exteriores.
-¿En qué trabajó?
-En Bretstein, un pueblecito de los Alpes, los españoles construimos una carretera. El pasado día 5, en el aniversario de la liberación, recibí una carta de su alcalde.
-Y le agradece la carretera, supongo.
-Aquella experiencia fue la peor. Nos llevaban al río helado para lavarnos. Recuerdo a un oficial argentino de las SS que lloraba de impotencia al vernos.
-¿Cómo salió de allí?
-Por la suerte de ser zapatero. Mientras mis compañeros pasaban frío en las barracas me iba a la zapatería, al fuego. Y me daban una ración de beneficio.
-¿Y después, en Steyr?
-Los alemanes necesitaban vehículos para la guerra. Nos llevaron a trabajar en una fábrica, la Daimler. La gente se moría de hambre.
-Usted estaba ya muy mal, ¿no es así?
-Al final estaba enfermo y deshidratado, era de los más débiles. Pero tenía un amigo que conocía al que repartía la sopa y logró que me diera una gamela todos los días. Siempre hubo algo que me salvó.
-¿Cuándo regresó a Olvera?
-Veinte años después. Mis padres aún vivían. El alcalde de entonces, Sabina, conocía mucho a mi madre porque ella iba a limpiar a su casa. Tanto él como la gente del pueblo me recibieron muy bien, incluso los de derechas. Fue una alegría.
-¿Volverá una vez más?
-Estuve hace tres años, cuando me hicieron un homenaje. Quiero mucho a Olvera y a mis hermanos. Pero ya no volveré. ¡Tengo noventa años! Mi sobrino, que tiene un quiosco de lotería, me mantendrá informado.
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