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Cultura

'San Lorenzo' vuelve a la claridad

  • Una restauración identifica una de las obras que José María Arango realizó para el convento de San José El pintor neoclásico tuvo como modelo un 'zurbarán' que robaron las tropas francesas

En el libro Historia de la pintura sevillana, el catedrático Enrique Valdivieso se preguntaba por el destino de dos pinturas de José María Arango (Sevilla, 1790- 1833) que representaban a San Antonio Abad y a San Lorenzo, y que el artista había realizado para el convento de San José. En la misma ubicación habían colgado años antes dos retratos de gran formato que Zurbarán había dedicado a los mismos santos, pero tras el expolio del mariscal Soult esas obras acabarían dejando Sevilla y encontrando, con el tiempo, distintos paraderos: el San Antonio Abad engrosaría una colección privada, y el San Lorenzo pasaría a formar parte de los fondos del Hermitage. Peor fortuna corrieron los lienzos de Arango que venían a reemplazar aquellas creaciones del maestro extremeño: los investigadores perdieron su rastro, aunque Valdivieso sospechaba que el San Lorenzo "pudiera ser el que se conserva en la Iglesia de San Sebastián".

Ahora, una restauración encargada por el padre Isacio Siguero, el párroco de este templo, respalda esta hipótesis. Jesús Morejón, el responsable de la intervención a la que se ha sometido este lienzo que llegó a su taller "lleno de desgarros y de sietes, con un bastidor antiguo", en un estado penoso que sugería "que no se había tocado desde que se pintó", ha encontrado la clave que arroja la luz definitiva. En un conjunto que ha recobrado el rico cromatismo con el que fue concebido, se aprecia hoy un texto que reza que su autor "excogitavit et pinxit, Hispalli Anno Domini 1817 [imaginó y pintó, Sevilla, año del Señor de 1817]" junto a la firma de José María Arango.

La fecha revela que "es la obra más antigua que se conserva del autor, ya que las anteriores se han perdido", precisa el restaurador, pero también que la pintura se encargó en esos años en que la jerarquía eclesiástica de la ciudad contactaba con los creadores del entorno para renovar el patrimonio artístico mermado por las tropas francesas. El San Lorenzo de Zurbarán sería sustraído en 1811, seis años después Arango tiene terminada su recreación. En el estudio de Morejón identificaron numerosas similitudes entre las dos composiciones: "Coinciden en el formato y prácticamente en la medida; la línea del horizonte está a la misma altura, los dos santos elevan la mirada al cielo y tienen en la mano la parrilla que es el símbolo del martirio", afirma el responsable de la restauración. Frente a otros pintores que se ciñeron a los modelos primigenios, Arango, uno de los escasos seguidores del neoclasicismo en la pintura decimonónica sevillana, sí aportó rasgos personales a esa relectura. "Adorna la escena, le añade unos angelotes, y con su pincelada neoclásica incorpora una vista ideal de Roma al fondo. Donde Zurbarán pone unas ruinas, él plasma un templo romano, el Castillo Sant'Angelo, el puente, el río...", expone Morejón.

El año en el que Arango fecha su San Lorenzo, 1817, es cuando Goya, que se ha desplazado a Sevilla con motivo del cuadro de las Santas Justa y Rufina, se hospeda en la casa del artista sevillano e incluso lo inmortaliza en su pintura, una muestra de la excelente reputación que alcanzó -especialmente como erudito- este hombre al que la Historia ha arrinconado. Formado en la Real Escuela de las Tres Artes de Sevilla, Arango llegaría a ser profesor ayudante de este centro y a sustituir a Cabral Bejarano en el puesto de Teniente de Pintura. Entre otros méritos, este creador que se atrevió a desvincularse del peso de la tradición murillesca fue elegido, en 1818, académico de mérito de la de San Fernando. Pero como si Arango hubiese sido víctima de algún tipo de maleficio, su huella se fue desdibujando tras su muerte por el cólera en 1833, cuando contaba 43 años. Muchos de sus trabajos, como el retrato que le dedicó Goya, se han perdido. "Es sorprendente que algo que hizo un autor de la relevancia de Goya, que era un pintor de cámara, que se codeaba con la nobleza, haya desaparecido. Es muy llamativo, simbólico de las vicisitudes que sufren las obras, cómo van apareciendo y desapareciendo", concluye Morejón. El San Lorenzo que se ha restaurado es otro ejemplo de esa bruma que tan a menudo atraviesa la historia del arte.

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