Sublime noche de amor

Crítica de ópera

Pedro Halffter, desde el foso, optó por una lectura muy cuidada en todos los detalles, contemplativa e interiorizada. Controló más de lo habitual en él las dinámicas y consiguió con ello un perfecto equilibrio entre foso y escena

Una escena de la versión de 'Tristán e Isolda' que se representa en el Maestranza.
Una escena de la versión de 'Tristán e Isolda' que se representa en el Maestranza.
Andrés Moreno Mengíbar

23 de mayo 2009 - 05:00

Para alguien como quien les escribe que lleva un cuarto de siglo investigando y escribiendo sobre la Historia de la Ópera en Sevilla, la de anoche era una fecha muy especial. No sólo por ser la primera representación de esta ópera en la ciudad sino, ante todo, por lo que supone de madurez de un teatro y de un proyecto cultural. Como sabrán, no me he ahorrado en fechas anteriores las críticas y los reproches hacia las decisiones artísticas de los actuales responsables del Maestranza. Pero hoy me siento satisfecho de poder felicitar a esos mismos responsables por el altísimo nivel conseguido con esta producción. Creo que Halffter ha conseguido alcanzar su máximo nivel de madurez artística hasta el momento por ser capaz de presentar en un teatro de provincias Tristán e Isolda. Independientemente del nivel del espectáculo, el hecho de poder ponerlo en pie nos habla del fin de una etapa de titubeos y servidumbres y el inicio (esperemos) de una nueva cuajada de posibilidades.

Pedro Halffter, desde el foso, optó por una lectura muy cuidada en todos los detalles, contemplativa e interiorizada. Controló más de lo habitual en él las dinámicas y consiguió con ello un perfecto equilibrio entre foso y escena, a la vez que conseguía que la orquesta sonase con uno de los sonidos más empastados y bellos que le hemos oído. No forzó la agógica y se recreó a veces en el fraseo, como en el meditativo preludio del primer acto o en el retenido pasaje orquestal que sucede al momento fatal en que los protagonistas beben el filtro.

Soberbia sin más Herlitzius. Con una voz seductora, penetrante, poderosa y, ante todo, lírica, dominó de principio a fin, con un Liebestod emocionante. Dean Smith hizo pensar en el primer acto que quizá no llegase al final, pero firmó un ardoroso segundo acto y un tercero pleno de lirismo y de expresividad doliente. Otro lujo fue la Brangania de Vermillion, una de las más bellas voces de mezzo de la actualidad y que estuvo especialmente brillante en el primer acto. Aunque con alguna carencia en la zona grave, Gantner fue un Kurwenal antes lírico que heroico. Magnífico también Hagen, así como el rotundo Timonel de Galán.

La escena se llenó de plasticidad y musicalidad. Magnífica iluminación y muy vistosas las sorpresivas videoproyecciones.

Postdata: un tirón de orejas para el energúmeno que bramó antes de que se extinguiesen los últimos momentos de la ópera y que se cargó uno de los instantes más especiales de la historia del Teatro de la Maestranza.

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