Crítica ópera

Cantar es algo más que asombrar con los agudos

Turandot. Ópera de Giacomo Puccini. Dirección musical: Pedro Halffter. Dirección escénica: Sonja Frisell. Escenografía y vestuario: Jean-Pierre Ponelle, con adaptación de S. Frisell. Director del coro: Julio Gergely. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza, Escolanía de Los Palacios. Intérpretes: Janice Baird (Princesa Turandot, soprano), Josep Ruiz (Emperador Altoum, tenor), Alexander Vinogradov (Timur, bajo), Marco Berti (Príncipe desconocido, tenor), Norah Amsellen (Liù, soprano), Manuel Esteve (Canciller, barítono), Javier Palacios (Pang, Mariscal, tenor), Gustavo Peña (Pong, Cocinero, tenor), Mario Bellanova (Mandarín, barítono). Lugar y fecha: Teatro de la Maestranza, jueves 18 de marzo. Aforo: Lleno.

Si suele cumplirse con frecuencia que cada función de una misma ópera, incluso con el mismo reparto, es totalmente distinta a las demás, con más razon cabe esperar resultados notablemente diferentes cuando los papeles protagonistas son desempeñados por nuevos cantantes. Anoche ocurrió esto en parte, porque en lo referente a la dirección musical volvieron a sucederse las mismas notas diferenciales: acusados contrastes dinámicos, lentitud excesiva en los pasajes líricos (buscar el color orquestal no debe estar reñido con acertar con la tensión dramática de cada momento) y exceso de volumen que en algunos momentos llegó a tapar algunas voces (más en esta segunda función que en la primera).

Tampoco hubo, como era de esperar, cambios en el terreno escénico, salvo el que en esta ocasión pudimos ver a una Turandot más humana, más frágil, que desde la primera mirada de Calaf siente derretirse el hielo de su corazón. Janice Baird realizó los movimientos escénicos que Guleghina no quiso cumplir la noche anterior, con lo que dotó de mayor credibilidad al personaje a partir de la escena de los enigmas sobre todo. En lo vocal, Baird empezó con energía y buena colocación de la voz, salvo en los graves desimpostados y engolados, para llegar con apuros y voz tremolante y calando al final.

Berti enseñó sus mejores cartas desde la primera frase. Es lo que antes se llamaba un tenor de fuerza; de fuerza bruta, diría yo, porque tiende a cantarlo todo en fortissimo, siempre empujando el sonido. Es verdad que sus agudos son inigualables, pero a cambio no hay un sólo matiz y cuando intenta apianar emerge una voz más bien vulgar y sin brillo.

Amsellem, a cambio, mostró una sólida técnica de regulación, con pianissimi y filados muy bien sostenidos. Por contra, la voz es pequeña, de emisión algo trasera, engolada, lo que le impide pasar el foso en cuanto éste aprieta un poco. Aún así, resultó conmovedora en la escena de su muerte.

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