SENSACIONES más regularcillas que buenas las que nos han dejado Betis y Sevilla tras la jornada segunda. Mediocridades que pueden pasar factura es no concretar lo que se crea o no crear para concretar, que son las razones que se engulleron a los dos equipos sevillanos en sus turnos respectivos. Por supuesto que la derrota del Betis fue inmerecida, pero es que con errores tan groseros difícilmente se vive con tranquilidad.

Se ha cacareado mucho sobre las ocasiones de gol desperdiciadas en la primera parte sobre todo, pero es que hay otros matices de calado. Por ejemplo, lo mal que defiende el equipo de Mel y da igual que juegue quien juegue, pues son los conceptos defensivos los que no acuden a lista. Mal en los goles célticos para un peligroso debate de porteros, hay que recordar la de veces que el Celta los cogió a la contra aprovechando inocuos saques de esquina sobre Yoel.

Perdonar como el Betis perdonó al Celta puede ser puntual, pero la vulnerabilidad defensiva es crónica sin que el arreglo tenga por qué venir de la mano de la cartera. Se trata de coordinar la cimentación para que el edificio no se tambalee y punto. Poco antes compareció el Sevilla revolucionado y cualquier parecido con una revolución fue mera coincidencia. Previsible y sin fútbol, con Rakitic muy alejado de donde hace daño, a este paso cumplirá el año sin ganar fuera.

Decepcionante el Sevilla en Orriols y tocándose la ropa porque el Levante no le hiciera sangre. Y si el otro día dije que ante los polacos Marko Marin me recordó a Juan Arza, en Valencia se me pareció a cualquiera de los muchos conductores camino a ninguna parte que llenaron los campos de todo el mundo. No puede el bosnio intentar en cada jugada el lance de su vida y soltarla antes tampoco está mal. No me trajo buenas sensaciones la jornada en ambas aceras y punto.