iván Alonso

Blas Infante y un año antes con Roberto Arlt

EL 24 de julio de 1935, casi un año antes del Golpe de Estado que inició la Guerra Civil española, al otro lado del Atlántico, en Buenos Aires, el periódico El Mundo publicaba una crónica con un titular que más parecía un telegrama: Con Blas Infante, líder del andalucismo. El sentido de la amistad en España. Visita de despedida. Me voy al África.

El autor del artículo era un peculiar escritor y periodista argentino que para ese momento llevaba cinco meses recorriendo varios pueblos y ciudades andaluzas, mezclándose con sus gentes en las calles, celebraciones populares y pensiones, y que ultimaba los detalles para cruzar el Estrecho de Gibraltar y conocer Marruecos. La crónica comenzaba con un curioso diálogo imaginario, cargado de la ironía propia de la prosa del autor:

"Si a don Blas Infante le dijeran:

-Dígame, ¿usted sabe quién es Roberto Arlt?- se vería obligado a contestar vagamente:

-Hombre... sí... Un mozo argentino, que dice que es periodista...

-Y quién se lo presentó a usted...

-Pues, hombre... francamente... no sé... Creo... sí, me trajo una tarjeta... o un amigo...

-Pero usted le ha llevado a su casa, él le visita aquí en el bufete... ¿Qué sabe de él?"

Roberto Arlt (Buenos Aires, 1900 - 1942) fue el autor de estas líneas. Para aquellos años era ya una figura conocida en su Argentina natal. Había publicado sus únicas cuatro novelas, estrenado una de sus más importantes obras dramáticas y redactado cientos de crónicas o Aguafuertes porteñas, como él las había bautizado. Como una suerte de respiro ante el agotamiento del diarismo, el director del rotativo, Carlos Muzio Sáenz Peña, le había ofrecido la posibilidad de cumplir un sueño ardorosamente deseado y siempre postergado por la estrechez económica: viajar a España y descubrir la tierra de los bandoleros que poblaron las lecturas de su niñez, José María el Tempranillo y Diego Corrientes. Sin embargo, en España era un auténtico desconocido, un periodista extranjero más, como tantos otros, que visitaban el país en esos tiempos de agitación.

Pero lo extraordinario es que por azares del destino en un despacho de Sevilla en el verano de 1935, se habrían de reunir dos hombres que muchas décadas después serían auténticos referentes en los mundos a los que dedicaron con pasión sus proyectos: uno, la construcción del andamiaje ideológico del andalucismo; y el otro, la escritura en sus más variados géneros. No podían saberlo, y seguramente ni siquiera lo sospechaban, que también muchos años después a uno lo nombrarían oficialmente Padre de la Patria Andaluza; y el otro sería considerado por muchos el auténtico iniciador de la novela moderna argentina o, mejor aún, el primer escritor argentino del siglo XX. Pero, y quizás lo más terrible, es que menos aún sospechaban que poco más de un año después de aquellos encuentros, el 11 de agosto de 1936, uno de ellos sería fusilado, sin juicio ni sentencia.

Para el escritor porteño, Blas Infante fue un amigo en su paso por Andalucía, pero también una excusa para insistir en uno de los rasgos que con más fuerza lo sedujo del sur de España, y que describe en su crónica Psicología de la masa española:

"Esta gente parece que hubiera sido lavada con agua lavandina. Brillan al modo de las cocinas antiguas, donde no hay lujo, pero el muro es de piedra, y el caldero de cobre. Y ello es suficiente para cocinar una sana comida. Eso. Sanos. Impresión de salud tan violenta y agradable, que uno (y no me canso de repetirlo) siente que renace, que toda la mugre que le habían contagiado las ciudades nerviosas se le evapora del alma".

No cabe duda de que Roberto Arlt se llevó de las gentes de Andalucía, y de España en general, una imagen más que amable que podría resumirse con la dedicatoria a Antonio Manzanera en el libro recopilatorio Aguafuertes españolas, publicado en diciembre de 1936, pocos meses después de su regreso a Buenos Aires. "(...) Allí todos se parecen a usted, mi querido amigo: sin conocerle le reciben a uno con los brazos abiertos". Desconocemos si ya en Argentina llegó a enterarse del asesinato de Blas Infante. En todo caso, si lo llegó a saber, seguramente fue un dato que aumentó el sentimiento de pesar y tristeza que según los biógrafos caló en Arlt tras su partida de España. No sólo la tristeza. Varios cambios ocurrieron en su obra luego del viaje, entre otras cosas, el progresivo alejamiento de la narrativa para interesarse cada vez más por el teatro. Y quizás porque ya estaba picado por el gusanillo de las tablas, terminó su crónica de la misma forma que la empezó, con un diálogo:

"(...) Don Blas levanta a momentos la mirada fatigada de los papelotes, las gafas sobre las cejas, chupa su cigarrillo, sonríe, inclina nuevamente la cabeza; de pronto le digo:

-Don Blas; me marcharé a Marruecos la semana que viene...

-¡Hombre! Pues le daré una recomendación para Requena.

-Muchas gracias...

-Hombre, quédese...

-Tengo que escribir, don Blas... vendré el sábado.

-Bueno; no se pierda usted, hombre... y venga el domingo a comer a Coria.

-Yo me marcho. He pasado un rato agradable, quieto, sedante, en la casa de un señor que me recibe cordialmente y que no me conoce. Esto sólo ocurre en España."

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