Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

Espejo de Sevilla

LA confirmación oficial del fallecimiento de la duquesa de Alba llegó el pasado jueves a través de un mensaje del alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, publicado en su cuenta de Twitter. A partir de ahí, traslado al Ayuntamiento con escolta municipal, corte de tráfico en calles por donde pasaba el cortejo, colas interminables para visitar la capilla ardiente en el Salón Colón, funerales en la Catedral y cenizas depositadas a los pies del Cristo de los Gitanos. Todo ello con miles de personas en la calle y en un ambiente de gran acontecimiento. Ciertamente, había desaparecido una figura de características muy particulares que amó profundamente a Sevilla, que se había enraizado en la ciudad y que se pudo permitir a lo largo de toda su vida una libertad que para otras muchas personas estaba vedada. Cayetana de Alba fue un espíritu libre porque pudo y formaba parte de la realidad cotidiana de la ciudad que lo mismo podía verla en el Palco de Convite de la Maestranza que un domingo por la tarde sentada junto a su marido en los cines Avenida viendo una película en versión original. La Sevilla oficial y una parte nada despreciable de la Sevilla real la han despedido con una movilización y un despliegue propios de un referente social. Seguro que lo era. Fascinaba con la misma intensidad, aunque por muy distintas razones, en los círculos más elitistas que en los barrios más humildes.

Eso es precisamente lo que más llama la atención. Los días finales de Cayetana de Alba y sus exequias han puesto a Sevilla delante de un espejo que es capaz de reflejar cuál es el sistema de valores que impera en la ciudad para bien, pero también para mal, y que explica algunas cosas de cómo somos y de cómo nos va. Sevilla es una ciudad donde el rango aristocrático, el abolengo y la riqueza confieren un prestigio social indudable y un halo de respetabilidad que ya es difícil encontrar en otros sitios, por lo menos a un nivel tan desmesurado. Un lugar donde las tradiciones son una forma de vida en la que participan todos los sevillanos y lo único que de verdad es capaz de vertebrar a su sociedad. Pero es también una ciudad donde el conocimiento, el emprendimiento, la cultura y la iniciativa no obtienen el respaldo que se puede ver en lugares no demasiado lejanos. Una prueba clara de ello es la pérdida de importancia de su Universidad o el hecho de que se puedan contar con los dedos de una mano las grandes empresas dignas de ese nombre. Vivimos en una ciudad en la que muchas veces parece que se ignora el camino del progreso y en la que una escala de prioridades de miras estrechas es una particularidad más de su forma de ser y de exhibirse ante el resto de España y del mundo.

Esta situación no es ni mucho menos de hoy. Atraviesa el alma de la ciudad desde hace siglos. Ello no ha impedido, sin embargo, que Sevilla fuera durante algunos periodos de su existencia una gran ciudad, de hecho una de las principales metrópolis del sur de Europa. Si en las últimas décadas ha perdido prestigio ha sido porque ha estado mal gestionada y se ha permitido quedarse atrás. Pero las condiciones para volver a ponerse arriba están ahí y es sólo cuestión de no seguir dejándolas escapar. Son perfectamente compatibles comportamientos como los que hemos visto estos días en torno a la desaparición de Cayetana de Alba con otros que la encaminen hacia el progreso. Sevilla no tiene que dejar de ser Sevilla, sólo tiene que aprender a mirar adelante.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios