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DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Entre cuentos

ME sorprendió encontrarme con una compañera de trabajo de repente muy delgada y muy pálida. Me explicó que acababa de morir su hermana y que, desde entonces, había perdido el sueño y las ganas de comer. Solamente lloraba. Le conté un microrrelato que había leído hacía poco. Según él, los muertos no desean más que ir, cuanto antes mejor, a la primera reunión familiar. Les urge averiguar si sus seres queridos están hablando de otras cosas, si se ríen, si están bien. Sólo cuando lo comprueban pueden descansar en paz, satisfechos. En los ojos de mi compañera atisbé un breve brillo de consuelo. Sin embargo, mi narración resultaría torpe y entrecortada, porque me pidió que le buscara el original, que le gustaría mucho leerlo.

Lo malo es que no lo encuentro. Creía yo que era de Marco Denevi, pero he repasado el libro suyo que acababa de leer y ni rastro de ese microcuento. En cambio, he reencontrado esta Vindicación de Narciso, que ya había olvidado, y que se gasta mucha guasa: "Hay que ser muy hermoso para no saber que la imagen reflejada en la fuente es la propia imagen y, sin embargo, enamorarse de ella".

El anterior libro de microrrelatos que leí era de Ambrose Bierce, y aunque no me pegaba tanto luto y tanta delicada sensibilidad en él, que es más ácido que un zumo de limón, me fui a sus Fábulas fantásticas. No encontré lo que andaba buscando, pero me di con una historia que describe a la perfección la actualidad política española. Un candidato prometió el pleno empleo en la campaña electoral. Ganó las elecciones. A los pocos meses el paro llegaba a los tres millones, y subiendo. El pueblo soberano acudió a pedirle cuentas de su reciente promesa. El candidato reconoció con una hermosa sonrisa: "Es cierto que os prometí el pleno empleo, y aún lo prometo, pero nunca os prometí que no estuviera mintiendo". El pueblo soberano, ante la impecable lógica de la argumentación, prorrumpió en vítores y aplausos. He cambiado algunos pequeños detalles para contextualizar la historia, pero básicamente es así, por desgracia.

Desesperado también porque no daba con el cuento, deduje por su tema y su ambiente, que podría ser del mexicano Juan José Arriola, pero, al buscar su libro en mi biblioteca, no aparece, como si se hubiese ido a descansar en paz, satisfecho de que hablemos de otras cosas. Salí a buscarlo a la biblioteca pública y por las casas de los amigos porque mi compañera quería leerlo en su versión original y le hará bien. En los volúmenes de Arriola que he fatigado, tampoco lo he visto. Mi última esperanza son ustedes. Si localizan ese microcuento, mándenmelo, por favor.

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