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Los guardianes del Universo

  • El Observatorio de Sierra Nevada, situado a 3.000 metros sobre el nivel del mar, colabora con proyectos europeos para investigar otros planetas y observar fenómenos llamativos en el espacio.

En la antigüedad, la inmensidad del Universo ya generaba gran inquietud en los mortales. Desde que Copérnico revolucionara el mundo científico con la teoría heliocéntrica, que afirmaba que todos los planetas giran alrededor del Sol, el conocimiento sobre el cosmos se ha multiplicado por cien. La mayor contribución al mundo de los astros vino de la mano de Galileo, con la invención del telescopio. En la actualidad, decenas de ellos apuntan al cielo desde distintos observatorios del mundo. Y Granada es un enclave privilegiado.

El Observatorio de Sierra Nevada lleva en activo más de 30 años. En 1981 se trasladó desde el Mohón del Trigo a la loma de Dílar, en la cordillera de Sierra Nevada. Los astrónomos del Instituto de Astrofísica trabajan durante todo el año en este rincón situado a 3.000 metros por encima del nivel del mar, y colaboran con programas internacionales de distintas investigaciones espaciales. Entre ellas, la misión europea Korot, que busca planetas alrededor de otras estrellas, o la misión Gershel, dedicada a detectar fenómenos interesantes en el espacio. "Buscar planetas fuera del Sistema Solar se ha puesto de moda. Se descubre uno por día", comenta René Duffard, astrónomo del Instituto de Astrofísica de Granada. Pero, ¿qué características tienen esos nuevos planetas? ¿Hay alguno parecido a la Tierra? "Estamos encontrando planetas muy grandes parecidos a Júpiter en la Vía Láctea, pero como la Tierra todavía no, porque es mucho más pequeña y la tecnología nos limita. Dentro de cinco años, probablemente sí podremos", afirma René.

En la actualidad hay telescopios de gran potencia. Los mejores están en el Observatorio de Chile, que llegan a medir ocho metros de diámetro. En Granada hay cuatro y el más grande es de metro y medio.

Para los astrónomos, las galaxias son como ciudades. La Vía Láctea es la más conocida, pero otras como Andrómeda o la Nube de Magallanes, a millones de años luz, sólo se divisan como manchas flotando en mitad del universo. A pesar de la tecnología tan avanzada, no se han podido percibir muchos detalles.

Observar el cielo ya no es una profesión tan romántica como antaño. Hace 50 años, los astrónomos miraban a través del telescopio la noche estrellada, pasando frío. En la actualidad, las cosas han cambiado, y el telescopio se ha sustituido por el ordenador de casa. Esto lo saben bien los científicos veteranos con más de 40 años de profesión a la espalda. Ángel Rolland lleva desde 1968 observando el firmamento. Astrónomo consagrado, cuenta cómo ha evolucionado la ciencia. "Antes no había ni calculadoras y tenías que estar en la cúpula hiciera la temperatura que hiciera", admite. "Ni había agua", añade Víctor Costa, astrofísico veterano.

En invierno, la caída del sol en Sierra Nevada puede hacer bajar los termómetros hasta los 20 grados bajo cero. El Observatorio muchas veces queda aislado debido a la nieve, por lo que tienen que llegar en telesilla y luego en moto. El cielo queda cubierto durante algunas semanas, así que para los astrónomos el verano es la mejor época del año para observar. Además, el hecho de que el Observatorio esté a mucha altura facilita que no haya contaminación por la polución que se acumula en las zonas más bajas.

Los científicos del Instituto de Astrofísica no pueden examinar el cielo a cualquier hora, sólo de noche. Al contrario que sus vecinos del Radiotelescopio, que utilizan las 24 horas del día. "Ellos trabajan con ondas electromagnéticas, nosotros con longitudes de onda diferentes como rayos gamma o infrarrojos. No es lo mismo ver un cuerpo humano a la luz del día que en rayos X. Estudiamos diferentes fenómenos", aclara René.

Miles de astros en un espacio realmente infinito en el que todos se mueven a un ritmo acelerado, pero siempre en equilibrio. Y aunque el cosmos lleva investigándose desde hace cientos de años, aún continúan catalogándose nuevos planetas y estrellas. Antes era el ojo humano el que las encontraba y les ponía nombre en su honor. Ahora, normalmente son máquinas las que fotografían las estrellas y las clasifican otorgándoles un número y unas coordenadas. "Nuestro acervo de la fauna estelar crece de forma desmesurada. Cada satélite que encontramos tiene mil estrellas nuevas", afirma Víctor Costa. Las estrellas incluso constituyen en la actualidad un negocio. "Hay empresas que las compran para que luego alguien las pueda regalar". El mercado estelar está totalmente copado y pocas personas les atribuyen a día de hoy un nombre propio. Sin embargo, sí hay aficionados que les ponen nombre a los asteroides (trozos de piedra que giran alrededor del Sol y se quedaron flotando en el espacio cuando se formó la Vía Láctea). Estos son más difíciles de descubrir que sus compañeras las estrellas. De todas formas, si alguna vez un observador encuentra alguna, debe saber que no puede ponerle el nombre de un político ni de una autoridad religiosa.

La luz que se percibe del Sol se recibe con ocho minutos de retraso aquí en la Tierra. Las del resto de estrellas, con un retardo de años luz. Por eso los astrónomos advierten que observar el cielo, es observar el pasado.

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