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Crítica de Música

Homenaje al genio cubano

Muy vinculado a Andalucía por su larga estancia como director de la Orquesta de Córdoba en la década de 1990, Leo Brouwer(La Habana, 1939) es uno de los grandes músicos americanos de nuestros días. Su presencia en la Sala Joaquín Turina para el homenaje que le ofrecía Taller Sonoro cuenta sin duda entre los acontecimientos musicales del año en la ciudad.

Además de director y profesor, Brouwer fue un gran guitarrsita (hubo de abandonar su carrera como instrumentista por una lesión en la mano en los años 80), aunque es sin duda su faceta como compositor la que perdurará en el tiempo. Bebe la música de Brouwer de fuentes diversas y ha pasado por muy diferentes etapas, pero en toda ella palpita un doble anhelo que parece irrenunciable para él: la comunicación y la modernidad. Sin renunciar jamás a la voluntad por ser moderno, hay en Brouwer en efecto un indisimulado esfuerzo por conectar con el público, lo que consigue sin aparente esfuerzo en obras de características disímiles como las que integraron el programa de Taller Sonoro, desde esa divertida Los negros brujos se divierten, para un amplio ensemble, que cerró el concierto, obra en la que la veleidad minimalista se pone al amparo del color caribeño, a la más abstracta Paisaje cubano con ritual, para flauta y percusión, música en cualquier caso original y en la que no faltan referencias a los ritmos locales. Curiosamente se trata de dos obras de los años 80, muy cercanas entre sí.

La esencial contribución a la guitarra de Brouwer fue presentada por el chileno Marcelo de la Puebla, que tocó primero las Variaciones sobre un tema de Víctor Jara, obra que el compositor le dedicara en 2007, y luego una de sus obras emblemáticas, el Elogio de la danza (1964), que incluyó una coreografía presentada por la bailaora Yolanda Lorenzo, pese a que la obra, compleja y riquísima en su tratamiento tímbrico y textural, no tiene nada que ver con el flamenco.

Un movimiento del trío Sones y danzones (1992) y otro trío con el añadido de la percusión, La vida misma (1999), completaron programa, ampliando el espectro de intereses del músico hasta el mundo folclórico (reconocible en el Danzón de la primera), los referentes clásicos e incluso los guiños a un Cage pasado por el universo minimalista, como en el abstraído segundo movimiento de la segunda. Impecable Taller Sonoro tanto por la propuesta como por su ejecución.

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