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Crítica de Teatro

Palabras que construyen el mundo

Una imagen de 'Todo el tiempo del mundo', de Pablo Messiez, un montaje que acoge el Teatro Central.

Una imagen de 'Todo el tiempo del mundo', de Pablo Messiez, un montaje que acoge el Teatro Central. / vanessa rabade

Los recuerdos, los hechos que nos rodearon de niños, los familiares y sus pequeñas historias... Antes o después llega un momento en la vida en que todos queremos saber. Lo malo es que cuando el presente se nos atraviesa y para desatascarlo intentamos poner en pie el pasado que lo sustenta, a menudo no están ya aquellos que podrían reconstruirlo. Y si eso es así para la gente que ha vivido en un solo país, cómo será para los refugiados, o para los miles de nómadas que pueblan el mundo.

Pablo Messiez, uno de los talentos teatrales de esta última generación, sabe que lo mejor, lo más fructífero (también para el propio corazón), es escribir sobre la propia historia, sea verdadera o inventada. Y como al llegar a España, hace quince años, dejó innumerables y pequeñas historias en su Buenos Aires natal, en Todo el tiempo del mundo (estrenada con enorme éxito en Madrid el pasado noviembre) decidió escribir sobre su abuelo, nacido de madre soltera sin saberlo (lo crió una tía) y dueño de una bonita zapatería de señoras.

A partir de esa zapatería, que el propio Messiez frecuentaba en su infancia, y de otros recuerdos de su familia, que conviven en su memoria con otros tantos olvidos, el autor ha escrito una historia fantástica -o no tanto, si se cree en la física cuántica-, en la que algunos personajes de su saga, sin respetar la cronología, visitan la tienda tras la hora del cierre, mezclando presente, pasado y futuro en un juego no por divertido menos inquietante, en el que, como en todos los juegos, se esconden las mayores verdades.

Muy bien escrita y dirigida, con unos estupendos actores que conocen la seriedad de todo juego (aunque el público se ría), la pieza no sólo amasa pasado, presente y futuro para luego sacar del horno la vida del abuelo zapatero (con mucho cariño y mucho mimo), sino que plantea además cuestiones universales. Aunque no se cite a Heiddeger, la inocencia o la responsabilidad de las palabras a la hora de crear el mundo constituye una de las tesis de la pieza. Ideas que pasan gratamente de un personaje a otro gracias al suspense del relato y a las continuas sorpresas que se producen en la escena.

La otra tesis, la que conforta frente a toda incertidumbre, es la del amor, aunque sea, como se dice, un lugar común o un disco de oro. Porque la cuestión fundamental en una familia, según el autor, "no es hacerlo bien o hacerlo mal, sino estar lejos o estar cerca de los que queremos".

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