Andalucía

Pendientes de las sedes de Madrid y Barcelona

  • Las últimas grandes piezas que el Papa debe mover en España

Una vez que la cúpula de la Conferencia Episcopal está ya -teóricamente- en sintonía con los nuevos tiempos que arrancaron en Roma en marzo de 2013 con la elección del Papa Francisco, la jerarquía eclesiástica está a la espera de los nombramientos de los nuevos arzobispos de Madrid y Barcelona, dos decisiones claves para terminar de perfilar la línea de gobierno que el Sumo Pontífice pretende para España. La Iglesia española cuenta en sus dos principales diócesis con prelados en situación de prórroga al haber cumplido la edad de la jubilación. El cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid, la cumplió en agosto de 2011. Y el cardenal Sistach, arzobispo de Barcelona, en abril de 2012.

Se entiende que a Rouco se le permitiera seguir al ostentar la presidencia de la Conferencia Episcopal. Y a Martínez Sistach también para evitar agravios. Pero el cardenal de Madrid ya ha dejado la Conferencia y, por lo tanto, no tiene más sentido que continúe al frente de la diócesis madrileña, más allá de la prórroga de cortesía que se tiene para con los cardenales en casi todos los casos, aunque ha habido excepciones llamativas, como la salida exprés en 2009 del cardenal Amigo de la diócesis de Sevilla tras casi tres décadas en la Silla de San Isidoro.

De quiénes sean los arzobispos de Madrid y Barcelona pueden depender otros movimientos. El andaluz Juan del Río, actual arzobispo castrense y que acaba de entrar en el comité ejecutivo de la Conferencia Episcopal, tiene uno de los mejores carteles de la Iglesia en España y una cordial y solvente relación con Casa Real. Al prelado hispalense, Juan José Asenjo, lo sitúan fuera de Sevilla cuando no hace ni cinco años que llegó a una diócesis que está considerada como de fin de trayecto, nunca como estación de paso. Y nunca se descarta el regreso de Cañizares de la curia de Roma. Si Cañizares es nombrado, por ejemplo, para la diócesis de Madrid, el Papa se ahorraría el nombramiento de un nuevo cardenal.

Alberto de la Hera, catedrático emérito de Derecho Canónico y de Historia de América y ex director general de Asuntos Religiosos, cree que la nueva cúpula de la Conferencia Episcopal debe tener un objetivo preferente: "De un lado, recuperar un importante grado de confianza en la Iglesia, y muy en especial en la jerarquía española, que no es algo que esté muy alto en las encuestas. Y lanzarse a un bien planificado trabajo de recristianización de la sociedad española, que alcanza grados de laicismo y secularización cada vez más notables".

De la Hera tiene claro que se debe dejar de hablar de la financiación estatal de la Iglesia: "El Estado no está financiando a la Iglesia. La casilla en la declaración de la renta es opcional para el contribuyente. Es éste el que financia. Fuera de eso el Estado no da ayuda financiera a la Iglesia como tal; si ayuda a mantener un museo, una catedral o un archivo, no es para ayudar a la Iglesia, sino al tesoro cultural español. Y si el Estado ayuda a una escuela o a un hospital, sale ganando de no tener que correr con todo el gasto, que en todo caso sería socialmente necesario, y de la mayor parte del cual le libera la Iglesia. ¿Cuál es, pues, la financiación estatal de la Iglesia?"

De monseñor Blázquez tiene la mejor opinión: "Ya presidió la Conferencia episcopal. Los últimos sucesivos presidentes han sido, por este orden, Monseñor Elías Yanes, el cardenal Rouco, monseñor Blázquez, el cardenal Rouco, y monseñor Blázquez. ¿Dónde está la novedad? Monseñor Blázquez recibe una presidencia que ha sido muy continuista, y ello con su propia participación; ahora tiene que ir llevando a la Iglesia en España hacia los caminos que el Papa va marcando, para que, sin cambios en lo esencial, la asunción de las novedades se vaya haciendo al mismo ritmo al que anda la sociedad, insuflando en ésta la fe y sus consecuencias. Ya ha dicho el Papa que la Iglesia es un hospital de campaña; no vive rodeada de heridos de enfermedades normales, sino que está en medio de un campo de batalla en que se multiplican las heridas gravísimas en la fe y en todas las creencias cristianas. A esos heridos de mundanización hay que recoger y curar. A eso ha de ir monseñor Blázquez, hombre humilde, dialogante, afectuoso, y muy conocedor de todo cuanto hoy la Santa Sede va proponiendo como exigencia de una vida cristiana".

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