La cigüeña negra que migró en avión desde Laponia a Doñana
Harald se adapta a los arrozales del entorno del parque después de ser hallada moribunda en tierras finlandesas
Los embalses andaluces dejan de perder agua casi seis meses después
Harald no se llamaba aún Harald cuando aterrizó en los alrededores de Turnio. Un pollo “volantón” de cigüeña negra jamás habría llegado a esa remota región lapona de Finlandia si no hubiera perdido el norte durante sus primeros vuelos. El error pudo ser fatal. Desnortada, desnutrida, minada de parásitos y débil como el sol boreal en invierno, el día que el ornitólogo Matti Suopajärvi la encontró en una cuneta, además de no tener nombre Harald no tenía casi ni vida.
Mediaba septiembre cuando se produjo el encuentro entre la cigüeña negra y el hombre, un milagro teniendo en cuenta la rareza del registro de esta ave en unas latitudes tan altas. Suopajärvi no daba crédito. Que una cigüeña negra, una especie esquiva como pocas, permitiera la cercanía y aun el roce de un ser humano significaba que algo no iba bien. ¿Qué hace aquí esta cigüeña?, ¿de dónde viene? y, sobre todo, por ser la época del año en la que sus congéneres están de camino a pasar el invierno en las áreas cálidas, ¿dónde hará la invernada este ejemplar perdido?
Las cigüeñas negras migran a África en otoño después del periodo de reproducción y cría en las tierras septentrionales. Lo explica Luis Santiago Cano-Alonso, presidente del grupo de especialistas de cigüeñas, ibis y espátulas de la Comisión para la Supervivencia de Especies de la UICN y una de las varias personas que han procurado un porvenir para Harald. La misión desembocó en hazaña, una odisea de 4.000 kilómetros desde Turnio a Villamanrique de la Condesa, desde Laponia a Andalucía, con una decena de voluntarios mediante y el apoyo de la tecnología: el avión de la aerolínea Finnair que dotó de las alas y del norte que le fallaban a Harald.
El hito del engorde y la suma de más voluntarios
Antes del vuelo migratorio hubo más hitos. Suopajärvi mantenía el dilema de qué hacer con la moribunda cigüeña, así que contactó con Ari-Pekka Auvinen, miembro de la Sociedad Ornitológica de Ostrobotnia del Norte, que le dio refugio en un santuario de aves y le dio comida en forma de arenque. La dieta dio resultado. El ave pasó de 1,8 a 3,2 kilos en cuatro semanas. Víctima de las mismas interrogantes de su colega en Turnio, resolvieron reducir la incertidumbre con el antiguo recurso de la denominación. Y le pusieron de nombre Harald.
Para el resto de las dudas, los finlandeses recurrieron a Urma Sellis, miembro del grupo internacional de especialistas de cigüeña negra de Estonia, el lugar de crianza más próximo a Finlandia de la especie, cuyos individuos habían emprendido ya el viaje otoñal a las regiones templadas para la invernada. Con la inminencia de las heladas, Sellis pensó que Harald haría bien en pasar el invierno en Andalucía, donde hay una población invernante regular que no pasa a África para guardarse del frío.
Cádiz, Málaga y las marismas de Doñana y su entorno son lugares donde la cigüeña negra pasa también el invierno. Así lo hace desde este siglo, explica Luis Santiago Cano-Alonso, autor de la única tesis de esta especie “cenicienta” en España. Aunque la mayoría de la población sigue el genio de la especie en el periplo otoñal al sur del Sahara, hay un nutrido grupo de la subpoblación ibérica que declina el viaje y al que se suman otros grupos llegados desde el centro de Europa. En Andalucía había 94 parejas reproductoras de cigüeñas en 2018 de las 350 que se reparten además en Extremadura, Madrid, Castilla-La Mancha y Castilla y León.
Desde Helsinki a Málaga, primera parada en Andalucía
Cano-Alonso ya era integrante de la improvisada misión para salvar a Harald. La preparación del viaje a Andalucía estaba en marcha. Descartadas la presencia del virus del Nilo Occidental y la gripe aviar, había que gestionar ahora la migración aérea. Auvinen se las apañó para que el animal, sin enfermedades ni maletas que portar, emprendiera gratis el vuelo con Finnair. Fue la travesía de los casi 4.000 kilómetros desde Helsinki a Málaga, donde esperaba un matrimonio finlandés –Tuija y Jouni Huovinen– que transportó al ave al Zoobotánico de Jerez.
Doñana era el destino para la invernada. Desde el zoológico de Jerez, Miguel Ángel Quevedo coordinó con la Junta de Andalucía la liberación en las marismas. Sólo quedaba resolver la adaptación al medio de Harald. La suelta, por lo tanto, requería una vigilancia: la supervivencia había surgido como una interrogante. Ahí apareció Isidoro Carbonell, compañero de Cano-Alonso en proyectos pasados, quien cedió gratuitamente un GPS con el patrocinio de la empresa Saloro. Harald estaba lista para la última etapa de esta singular migración de su primer otoño.
Después de sobrevivir como pollo a los búhos reales, águilas, azores y garduñas, Harald debía enfrentarse ahora a su retorno a la naturaleza, que no es poco. Siete de cada diez cigüeñas mueren en el primer año y ahí estaba Harald, en la mitad del primero, siendo conducido por los técnicos de la Junta a la Cañada de los Pájaros junto a una bandada de semejantes. A la primera, Harald no emprendía el vuelo. Y ahora qué.
Cano-Alonso, que consulta a menudo el emisor GPS, relata que todo va normal, que Harald ha ido explorando los arrozales en busca del cangrejo americano, que es el menú marismeño después del atracón de arenque. Y ahí, por los parajes de Villamanrique, sigue Harald la adaptación. Sin sexo conocido, que se desvelará cuando sea adulta, Harald tiene al menos un nombre y visos de un futuro por la generosa obra de una tropa de voluntarios que merecían esta mención.
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