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El galope de Gish

Síndrome expresivo 93

El galope de Gish / Gemini AI

A estas alturas de la película, todos somos conscientes de que uno de los principales problemas al que se enfrenta el ciudadano en el siglo XXI es la incapacidad para asimilar y verificar la infinita cantidad de información creada cada segundo. Nuestros anhelos de comprensión son vanos y estériles. Creo que a todos nos ocurre lo mismo: cuando intentamos digerir una idea, ya nos lanzan la contraria y, casi de inmediato, la síntesis interesada de ambas. Acabamos exhaustos.

Este estado de ánimo lo aprovechan los de arriba para obtener réditos económicos o clientes acríticos sometidos a la opinión del mandarín de turno. Unos zombis entregados al capricho del espabilado sin escrúpulos. A veces, pienso que, más que no reflexionar sobre lo que nos rodea, el drama está en que la saturación de tareas e información en nuestro día a día nos impide vivir nuestra existencia desde la plenitud intelectual. Ellos saben que somos incapaces de contrastar los miles de datos, las conclusiones de estudios y las predicciones futuras que nos estampan en los ojos en cuanto nuestro sistema nervioso se despierta cada mañana. En este punto, debemos reconocer que son unos tipos listos. El tema de la ética lo dejamos para otro día.

Por esta razón, cada vez es más habitual tropezar con oradores que recurren a la técnica del galope de Gish para persuadir al público de que ellos iluminarán nuestra oscura monotonía con la verdad suprema. Esta estratagema retórica es empleada por los vendedores profesionales, los políticos encorbatados y desaliñados, los sindicalistas liberados, los seductores digitales e, incluso, los profesores de lengua y literatura como un servidor. El truco es simple y efectivo: en una exposición pública, en una entrevista de trabajo, en un debate político o de barra de bar, en una cita con la chica de tus sueños, el emisor suelta con normalidad la mayor cantidad de falsedades, argumentos superficiales y verdades a medias, hasta que el receptor sea incapaz de distinguir los límites entre la realidad y la ficción, la verdad y la mentira. El objetivo es sepultar la capacidad crítica del semejante debajo de una montaña de información y argumentos infinitos.

¿De verdad es efectiva esta técnica retórica en la sociedad del siglo XXI? ¿Es posible que un ciudadano con un nivel cultural medio caiga en las redes del galope de Gish? Afirmativo: es una técnica efectiva e infalible. Por ejemplo, no sé si os suena que Donald Trump es el presidente democrático de la primera potencia del mundo, lo cual significa que más de setenta y siete millones de estadounidenses le expresaron su apoyo en forma de papeleta republicana. ¡Oh, Dios mío! Pues sí, querido lector, te cuento algunos secretos de las galopadas verbales del inquilino de la Casa Blanca:

  1. Lo ideal para aniquilar las defensas de tu adversario es soltar el mayor número de estupideces y datos inventados, y a la mayor velocidad posible. El pobre contendiente intentará razonar y argumentar paso a paso por qué estás mintiendo de forma descarada y miserable. El problema surge cuando son tantas las barbaridades que es imposible rebatirlas todas.
  2. Otra habilidad del especialista en las cabalgadas verbales es nunca responder a las preguntas o reflexiones planteadas por el antagonista. Así, da igual el planteamiento del adversario, porque el orador siempre se desviará de los temas centrales hasta lograr la confusión de todos los oyentes.
  3. La tercera arma de destrucción masiva del charlatán sin escrúpulos es la trampa maniquea: del pasado tenebroso a un futuro iluminado por la luz de la esperanza; del cataclismo causado por decisiones erróneas a las bondades de un presente regido por la razón; de la esclavitud impuesta por una minoría parasitaria a la libertad benefactora lograda por la mayoría.
  4. Y, claro, no olvidemos apuntalar el aluvión de mentiras, medias verdades y disparates mesiánicos con escenarios gigantescos, vídeos promocionales, músicas pegadizas y todo tipo de emblemas, banderas y fuegos de artificio. No solo es importante lo que digo, sino cómo lo digo y dónde lo digo. El jinete ya se encarga de blanquear el para qué y el porqué.

Consejo final. La única manera de descabalgar al trilero de turno es el cuestionamiento de la realidad a través del estudio diario, la verificación de los datos voceados y la reflexión pausada. No sé vosotros, doctos lectores, pero tengo la sensación de que la duda está siendo expulsada de la escuela y de las relaciones sociales. Parece que vivimos los estados de incertidumbre como un mal de nuestra época y, que un día sí y otro también, debemos refugiarnos en la palabra del amado líder, la última promesa digital o el nuevo libro de autoayuda. Tal vez esté equivocado. No sé. La única certeza es que, con tanta disquisición filosófica, se me acaba el espacio para el artículo. Lo dejo en tu cabeza. Vale.

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