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El regreso de Mary Poppins | Crítica

Prácticamente imperfecta en todo

Emily Blunt, la nueva Mary Poppins.

Emily Blunt, la nueva Mary Poppins.

La furia autodestructiva de los ejecutivos de la Disney con respecto a su patrimonio es un fenómeno asombroso. Le dieron a Tim Burton Alicia en el país de las maravillas y la destrozó (eso sí, dando un pastón) porque es un creador que fue potente pero desde años es una amanerada caricatura de sí mismo. Y después le dieron el Dumbo cuyo tráiler presagia lo peor (cosa mucho más grave porque Alicia… no es una de las joyas de la corona de Disney, pero Dumbo sí). Y ahora despilfarran Mary Poppins, una de las obras mayores y más recordadas de la productora, confiándole la dirección al pegaplanos Rob Marshall y las canciones al peganotas Marc Shaiman.

El resultado es una inmensa y previsible decepción. Y no sólo en comparación con el original que controló personalmente el genio Walt, dirigió Robert Stevenson -gran artesano experto en adaptaciones literarias de Rider Haggard (Las minas del rey Salomón), Brönte (la mejor versión filmada de Jane Eyre), R. L. Stevenson (Secuestrado) o Verne (Los hijos del capitán Grant)- y cuyas canciones compusieron los hermanos Sherman e interpretaron Julie Andrews y Dick Van Dyke. No se trata de la comparación que el propio título de la película hace imposible ignorar.

Si la primera no hubiera existido esta seguiría siendo un churro que le habría provocado una úlcera a la quisquillosa P. L. Travers, la autora de las novelas cuyos derechos tantos años negó a Disney y cuyo guión supervisó, como se cuenta en la estupenda En busca de Mr. Banks, palabra a palabra. Desgraciadamente Disney falleció en 1966 y Travers en 1996. Ni el libro ni la película original -una obra maestra del musical rodada a contracorriente tras el éxito de West Side Story y ese mismo año de My Fair Lady- tienen defensores. Y los ejecutivos de la Disney han demostrado ser mercachifles peores que el personaje de banquero que interpreta con desgana Colin Firth. El resultado es una película fría, sin alma, sin gracia, sin encanto y sin magia. Lo peor que pueda decirse de la historia de una niñera que vuela y tiene un paraguas parlante.

La película no tiene gracia ni magia. Lo peor que se puede decir de la historia de una niñera que vuela

El guión de David Magee (autor de los apreciables guiones de Descubriendo nunca jamás y La vida de Pi) parece escrito con desgana, como si lo hubiera querido despachar entre bostezos calcando mal el de la película anterior. Si en aquella se metían en una pintura callejera fundiéndose imagen real y animación, aquí lo hacen en el dibujo de una sopera de porcelana y se sustituye el Supercalifragilisticoespialidoso que la culminaba por un penoso y fallido número de music-hall; si en aquella visitaban al tío Bert que flotaba en el aire cuando reía, aquí visitan a una prima cuya casa se vuelve del revés; si en aquella paseaban las azoteas de Londres guiados por un deshollinador, aquí lo hacen por las cloacas (poderosa metáfora) guiados por un farolero y terminando todo con un pésimo número musical que copia descaradamente el de los deshollinadores. Y así todo hasta el final en el que los globos sustituyen a las cometas.

La dirección de Rob Marshall es mecánica. El director que destrozó tres musicales de Broadway -el espléndido Chicago que redujo a nada, más Nine e Into the Woods- ya puede apuntarse cuatro destrozos. Es evidente que no era la persona idónea para volver a acercarse a este género. Ni tan siquiera las secuencias de animación aportan algo.

Una escena de la película de Rob Marshall. Una escena de la película de Rob Marshall.

Una escena de la película de Rob Marshall.

El casting parece hecho por un enemigo de la película. Lin-Manuel Miranda (el heredero del deshollinador Bert) y Ben Wishaw y Emily Mortimer (los nuevos Banks) no logran ser creíbles ni en sus caracterizaciones ni en sus pésimas interpretaciones. Los secundarios de lujo tampoco son mejores: el casi olvidado David Warner es un pésimo almirante Boom, Colin Firth está desganado y Meryl Streep embutida en un personaje mal diseñado. Sólo Angela Lansbury en su brevísima intervención y el nonagenario Dick Van Dyke (que interpreta con edad real el personaje del viejo banquero que interpretó maquillado en la verdadera Mary Poppins) se salvan. ¿Y Emily Blunt? No habría estado mal si hubiera tenido guión, director y canciones.

¿Y Emily Blunt? No habría estado mal si hubiese tenido un guión, un director y buenas canciones

Lo peor es la música y las canciones de Marc Shaiman. Una de las muchas razones por las que Mary Poppins es recordada son las extraordinarias canciones de los hermanos Sherman y las orquestaciones de Irwin Kostal (responsable, entre otras, de la dirección musical de West Side Story y Sonrisas y lágrimas). Las nuevas canciones de Shaiman son ramplonas, ratoneras, sin inspiración; y están orquestadas con una ruidosa y aplastante vulgaridad.

Esta Mary Poppins acaba peor que la del episodio que le dedicaron en Los Simpson.

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