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Crítica 'Restless'

Otoño en la habitación verde

Restless. Drama, EEUU, 2011, 85 min. Dirección: Gus Van Sant. Guion: Jason Lew. Fotografia: Harris Savides. Música: Danny Elfman. Intérpretes: Mia Wasikowska, Henry Hopper, Ryo Kase, Schuler Fisk, Jane Adams.

Instalada en el peligroso límite entre lo sublime de lo ridículo, entre lo romántico y lo cursi, la nueva película de Gus Van Sant tiene uno de esos argumentos que, contados en una sinopsis cualquiera, espantaría al más entusiasta de sus seguidores o al más entregado de los amantes de las emociones extremas: "Annabel (Mia Wasikowska) es una enferma terminal que se enamora de Enoch (Henry Hopper, hijo de Dennis), un chico excéntrico al que le gusta colarse en funerales cuyo único amigo (imaginario) es un piloto kamikaze japonés (Ryo Kase) de la II Guerra Mundial".

El primero de los muchos logros de esta pequeña gran película consiste precisamente en espantar sus propias limitaciones con algo que siempre resulta ser lo más difícil: encontrar un tono, modular una voz, aquí susurrante y melódica, fantasmal y evanescente, ligera y profunda, capaz de sostener en el alambre tanta delicadeza suicida.

No desentona Restless con el resto de la filmografía de Van Sant, por más que se trate de un producto de aparente encargo y vocación mainstream. Su predilección por los retratos de jóvenes singulares y su cercanía con la muerte ya forman parte más que analizada de sus mejores trabajos, no sólo de su deslumbrante y regeneradora tetralogía de autor formada por Gerry, Elephant, Last Days y Paranoid Park, sino que se remonta a sus primeros filmes (Mala noche, Mi Idaho privado), cuando aún resultaba fácil encasillarlo dentro del indie.

Si la tetralogía dinamitaba fronteras formales para apostar decididamente por la experimentación y la narración de carácter sensorial, Restless podrá parecer a muchos una renuncia, un repliegue a las comodidades del relato clásico y las deudas genéricas. Sin embargo, si lo fantástico apenas planeaba como un eco formal en sus filmes anteriores, en Restless se trata de abrazarlo de pleno, convocando a un personaje imaginario con una desarmante sencillez realista, sin las coartadas del extrañamiento para públicos festivaleros, para catalizar el esencial tránsito entre la vida y la muerte que vertebra la película.

Porque Restless es, ante todo y sobre todo, una hermosa película de amor y muerte que, como en La habitación verde, de Truffaut, celebra un extraño y sanador espíritu funerario que se cuela en cada plano, en cada repliegue, de manera suave y sigilosa, bañando el filme no sólo de una luz de tonos ocres y otoñales, cortesía del gran Harris Savides, sino de una manera de contar y montar que eluden, a pesar de algún desliz de postal-videoclip, los peajes narrativos, crónica de un duelo y un deceso anunciados, retrato de un idilio repleto de pequeños gestos de ternura y compresión, para lanzarse a tumba abierta a la pintura de los sentimientos entre imágenes crepusculares a las que, como no podía ser de otra manera, sólo podía poner colofón la voz dulce y quebradiza de nuestra querida Nico entonando el Fairest of the Seasons.

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