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La inocencia | Crítica

Una cierta verdad quinceañera

Joel Bosqued y Carmen Arrufat en una imagen de 'La inocencia'.

Joel Bosqued y Carmen Arrufat en una imagen de 'La inocencia'.

No cuenta nada particularmente original ni novedoso y no por ello La inocencia, prometedor debut de Lucía Alemany, deja de ser una estimulante rara avis en el actual panorama del cine español, un filme que se sitúa en la estela de títulos recientes como La hija de un ladrón o Carmen y Lola en su voluntad naturalista a la hora de retratar la vida de unas adolescentes desde una cierta empatía, a la altura (confusa y convulsa) de sus miradas y circunstancias y, sobre todo, sin forzar demasiado sobre ellas la maquinaria dramática del cine y sus peajes habituales.

Estamos así ante un filme que derriba poco a poco las propias inercias de lo previsible para abrirse a una realidad palpable y creíble en la piel de sus personajes y su protagonista, una joven (Carmen Arrufat, nominada al Goya revelación) que vive su particular tránsito generacional sin pedirnos permiso ni perdón por sus errores, sus defectos o sus dudas, una adolescente en un mundo de padres antiguos, novios posesivos y chismorreos de pueblo muy bien capturados y encarnados por un elenco mixto de actores profesionales y no profesionales en el que los segundos tienden a ganar la partida casi con su mera presencia.

La inocencia es también un filme que celebra los cuerpos, los ambientes (la verbena, la discoteca, etc.) y la climatología a la que se acompasan, una película con una transpiración en la que es fácil reconocer una realidad sociológica y los modos y comportamientos de unos jóvenes auténticos y no disfrazados, revelados por sus movimientos, su manera de hablar y su acento tanto como por los pequeños clichés que los acompañan en su incertidumbre hormonal.

Finalmente, la película de Alemany ondea también su pequeña bandera feminista sin necesidad de mostrar grandes antagonistas ni de hacer grandes gestos de impugnación patriarcal. Ni siquiera el padre que interpreta Sergi López o el novio macarra que encarna Joel Bosqued dejan de ser personajes de carne y hueso, tan equivocados, rudos o airados como frágiles y contradictorios, en esta historia de mujeres, amigas, vecinas, madres e hijas con un simple y sencillo deseo de trascender los límites y el destino que les ha tocado vivir.