De libros

La tentación política

  • Tariq Alí reflexiona en su nuevo libro, editado por el sello granadino Almed, sobre la distinción entre la valía literaria de un autor y sus no siempre discernibles presupuestos ideológicos.

Los protocolos de los sabios de Sodoma. Tariq Alí. Trad. María Corniero. Almed. Granada, 2013. 328 páginas. 20 euros.

Este libro misceláneo de Tariq Alí viene atravesado por la idea de la expresión política; vale decir, por la existencia de un sustrato ideológico, de un condicionamiento histórico, que se transparece y alienta en cualquier obra literaria. Así se nos dice desde el propio Prefacio que abre el volumen; y así se desarrolla, con mayor detenimiento, en el artículo titulado Literatura y realismo de mercado. Esto nos lleva, de inmediato, a los dos asuntos centrales recogidos en este libro: a la denostada figura del intelectual, hoy casi inexistente, y a la escrupulosa distinción entre la valía literaria de un autor y sus presupuestos ideológicos, no siempre discernibles. A esto debe añadirse una mirada periférica (periférica desde el punto de vista occidental, a pesar de que Alí vive en Londres), cuya eficacia reside en la matizada opinión, en el estrecho conocimiento sobre asuntos que suelen recogerse, sumariamente, bajo un vasto epígrafe, tales como el islamismo, el sionismo o la inabarcable realidad que el XVIII y el XIX recogieron bajo el vago y especular membrete del Oriente.

No es casualidad, por tanto, que uno de los artículos más encomiásticos de esta recopilación sea el dedicado al profesor Edward Said. Su obra capital, Orientalismo, publicada a finales de los 70, supuso, no sólo el afloramiento de un substrato ideológico, desapercibido en Occidente; sino la propia evolución de un concepto -el concepto de lo Oriental- que sirvió como imagen invertida y arquetipo irracional de la Europa romántica e ilustrada. De este modo, Said se situaba en la estela arqueológica de Michel Foucault y su extraordinaria obra taxonómica (a pesar de lo cual, Foucault no sale muy bien parado en estas páginas de Alí, tras su incomprensible apoyo a la dictadura de Jomeini).

Por otra parte, Orientalismo no es una obra incriminatoria, que repudie la literatura viajera del Setecientos y el Ochocientos y la pintoresca imaginería que se derivó de ella. Se trata, en rigor, de un pormenorizado estudio de la particular mitología que propició el amplio movimiento colonial que ocupó a Europa, desde el primer contacto con Egipto hasta la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio de la Sublime Puerta. En este sentido, los artículos que Alí dedica a Salman Rushdie, Vargas Llosa, Anthony Powell, Tolstoy, Vasili Grossman, Cervantes, Kipling y Amartya Sen no son sino una continuación de esta técnica de "rebobinado", cuyo fin último no es otro que el de revelar algo, por otra parte, obvio: la inevitable imbricación política, ideológica, sentimental, del hombre con su obra. La semblanza dedicada al escritor indonesio Pramoedya Ananta Toer, donde se relatan sus padecimientos bajo la dictadura de Shuarto (padecimientos que luego serán el fatigado motor de su escritura), es de una limpia y monstruosa ejemplaridad. También la propia ejecutoria de Grossman o Solzhenitsyn señalan claramente a esta indiscernible realidad donde el hombre, su arquitectura ideológica, su espesor histórico y su concepto de mundo se dan la mano.

No otra cosa parece sustanciarse en la defensa que Alí hace del intelectual y de la ineludible presencia de lo político en cualquier obra literaria. Con esto no quiere prestigiarse a un torpe y voluntarioso "realismo social", de nula eficacia; y tampoco a las novela de tesis que obvian lo literario en favor de una prolija y fatigosa discursividad ideológica. Muy al contrario, lo que se aduce en estas páginas es la profunda vinculación del hombre con su tiempo. Esa misma vinculación es la que, a juicio de Alí, la "literatura de mercado" ha orillado en pos de una realidad superficial y caediza, donde las cuestiones candentes de nuestra época se obvian deliberadamente. El propio Lyotard y el fenómeno de lo posmoderno no escapan a esta crítica. En última instancia, lo que aquí se articula es una defensa de la literatura en el sentido stendhaliano: el arte como espejo de lo real; lo real atravesado y revelado por la dúctil fantasmagoría del arte.

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