Copa del Rey · La Crónica

Kanoute, esa luz especial (2-1)

  • La entrada del gran ídolo, que firmó los dos goles del partido y los tres de la eliminatoria, cierra la clasificación de un Sevilla plano hasta entonces · El equipo tardó en plasmar su superioridad ante el San Roque.

Dos miradas al cielo de Fredy Kanoute, dos más, y el Sevilla que abre el paréntesis navideño con el deber cumplido de meterse en los octavos de final de la Copa. Tuvo que entrar el gigante franco-malí para que el San Roque despertara de su sueño, que mantuvo bien vivo hasta el descanso de la desangelada vuelta copera. Y los leperos alargaron sus expectativas porque hasta entonces, los sevillistas dieron todo un cursillo de fútbol de mentira, bienintencionado, sí, pero sin la menor carga de profundidad. 

 

Hasta que compareció la leyenda. Un penalti a Armenteros transformado en dos ocasiones -la primera fue su recurrente paradiña, ya ilegal- y un giro de cuello para cabecear a la red bastaron para que Kanoute sofocara los ánimos de los aurinegros, que quedaron entonces a tres goles de la hazaña con media hora de partido por delante.

 

Como tantas veces, la luz especial que irradia el dorsal 12 condujo a su equipo, hasta entonces molesto, espeso. Algo tuvo que ver en ello la ofuscación actual de Negredo, el hombre que hoy está llamado a marcar las diferencias, de verdad, en este Sevilla aspirante a la Champions y a llegar hasta el final en la Copa. El vallecano repitió su mal partido de la noche ante el Real Madrid, con la salvedad de que quienes le metían la pierna y le arrebataban la pelota una y otra vez no eran Sergio Ramos y Pepe, sino Albentosa y Rojas, dos centrales más que solventes de la tercera categoría de nuestro fútbol.

 

Por detrás del punta internacional, la línea de cuatro tampoco jugaba con la fluidez que requería la acumulación de defensores que ordenó Luis Tevenet. El San Roque plantó a nueve jugadores por detrás del balón y obligó al Sevilla a acelerar la circulación del balón para abrir vías hasta su portero.

 

La puesta en escena resultó prometedora. Con Medel por detrás, Rakitic y Campaña trataron de maniobrar entre líneas, y por fuera, los laterales Coke y Luna subían para apoyar y desdoblarse. 

 

Pero pronto se vio que a aquello le faltaba algo. Y algo esencial, la profundidad. ¿Por qué? Porque en este Sevilla de Marcelino pocas piezas juegan sin balón, intuyen o leen la contuinuación de la jugada para adelantarse al defensor y provocar el peligro. Faltan desmarques, rupturas, apoyos. Y por tanto el fútbol se hace previsible. Al San Roque le daba igual que Rakitic, Campaña o Medel trotaran con la pelota. Sabía que las líneas hasta su joven portero Madruga estaban obturadas porque nada era sorprendente.  

 

Tuvieron que pasar 20 minutos para que llegara la primera triangulación rápida y al primer toque, buscándole las vueltas a los lentos centrales del rival. Negredo lanzó a Armenteros, al que se le fue el control un poco largo cuando pudo encarar a Madruga. El resto fue un toque inocuo, que cuando se abría a las bandas terminaba casi siempre en un centro despejado por alguna torre lepera.

 

Así se consumieron los 45 primeros minutos. Y como el San Roque llegó al descanso con su objetivo de permanecer a un solo gol de desatar los nervios en el entorno, flotaba en el ambiente que podía romper la noche en un partido de guasa, como tantas veces pasa en la Copa. 

 

La Copa suele ser un torneo tramposo, traicionero. Que un equipo dos categorías superior al visitante afronte la vuelta con un solo gol de ventaja ya suele ser una trampa: un gol lo hace cualquiera, y más un buen equipo de Segunda B si está más enchufado que tú. 

 

Encima, el partido de anoche contenía más trampas añadidas: un plebiscito en la grada para pronunciarse acerca de la continuidad de su presidente, unas vacaciones navideñas que podían distraer a más de uno sobre la hierba... Menos mal para Marcelino, y para el sevillismo, que saltó a la hierba Kanoute, el jugador que alumbra con su luz especial. 

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