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Otro llegador de nuevo diseño

  • Iborra, incluido en el mejor once de la Liga en marzo, consolida toda una estirpe en el Sevilla, la de los pivotes reconvertidos a atacantes. Caparrós lo hizo con Baptista y Juande con Renato.

Vicente Iborra encarna la condición voluble del fútbol. De ver cómo su entrenador no ponía reparo a su posible salida la pasada Navidad, a cuajar en los últimos meses como una pieza maestra en un mecano ya sincronizado cuando cruza el tramo decisivo de la temporada. Tal ha sido su irrupción que el valenciano ha sido incluido en el once ideal del pasado marzo por la Liga de Fútbol Profesional. Un hecho arbitrario, subjetivo, pero esclarecedor.

Pieza maestra... y de nuevo cuño. Modelada por la mano insistente de Emery. Al vasco no terminaba de convencerle las prestaciones de Iborra como pivote. Lo evidenció el hecho de que el ex levantinista, autor de un gol en la segunda jornada en Cornellà, desapareciera del once a medida que Mbia y Banega iban entrando en el engranaje.

Iborra pasó de ser titular en las primeras cuatro jornadas a no jugar en las cinco siguientes -no fue convocado siquiera ante la Real Sociedad y el Deportivo, en Nervión- a excepción de ocho minutos en Elche (19 de octubre).

El jueves siguiente, 23 de octubre, en Lieja, Iborra volvió a la titularidad gracias a las rotaciones. Fue una noche que resultó áspera y desapacible para él. Pero allí, en aquel triste empate a cero, quedó marcado su destino para bien.

De repente, se vio con un traje nuevo e incómodo. A la necesidad de refrescar al equipo y darle sitio en ese carrusel, se unió la dificultad que padecía el Sevilla en una faceta clave en el fútbol de hoy: alguien capaz de ganar en tres cuartos de campo los balones largos para salvar la primera línea de presión del enemigo, desahogar al equipo y, en una peinada, originar un fuego en la zaga contraria.

Unai Emery, que tiene una indisimulada querencia a las probaturas en esos partidos continentales de las liguillas, ante equipos de un nivel aún discreto, dio el paso y ordenó a Iborra que actuara en la mediapunta, a veces incluso como hombre más adelantado para dejar de espaldas a compañeros más veloces, como Aleix Vidal, Vitolo, Bacca o Gameiro. El experimento fue un fiasco, Iborra anduvo desorientado, fuera de sitio.

Por si fuera poco, el lunes 27 de octubre, el día después de ver todo el Sevilla-Villarreal en el banquillo, el gigante de Moncada se lesionaría en el entrenamiento. Un esguince de tobillo que lo tuvo varado durante todo el mes de noviembre y principios de diciembre. El 14 de ese mes regresó a una convocatoria ante el Eibar pero tampoco jugó.

Esa referida puerta de salida se le abrió en Navidad, pero el chico, tan tozudo como el propio Emery, frunció el ceño y se decidió a convencer a su técnico de que tenía mucho que decir aún. "En ningún momento me vi fuera, cuando estuve en esa situación tuve varias conversaciones con el club, con el míster. Nunca perdí la esperanza ni la ilusión", confesó en una entrevista a este diario el pasado lunes.

Y nada fue igual para Iborra con la entrada del nuevo año. Partió como pivote, pero fue alternándose con Banega, en permutas que buscaban la capacidad de llegada por sorpresa de Iborra. Ante Espanyol (3-2), Córdoba (3-0) y Atlético de Madrid (0-0), cuajó convincentes actuaciones. Ante el campeón de Liga, a punto estuvo de hacer el 1-0, en la ocasión más clara para un Sevilla que mereció ganar, pero la pelota se fue al poste.

Su consagración definitiva en su nuevo rol llegó ante el Borussia Mönchengladbach, con su importantísimo tanto en la ida (1-0), y sus poderosísimas actuaciones ante el Villarreal en los dos partidos de los octavos de esa Liga Europa. En el primero fue imparable para los defensas amarillos y dio una disertación sobre cómo prolongar a sus compañeros de ataque esos balones colgados desde atrás; en el segundo, volvió a superar a sus pares e incluso vio puerta.

Emery, hombre insistente, tuvo claro en su día que para sacarle más rendimiento, había que adelantarlo, sacarlo del pivote. Sin pretenderlo, había consolidado una estirpe que inició Joaquín Caparrós en el verano de 2003, en La Línea. Allí, probó a Julio Baptista -contratado como pivote defensivo- como atacante. La historia ya es conocida: 50 goles en partidos oficiales en sus dos temporadas de sevillista.

Un año más tarde, llegaría otro pretendido cinco -según el argot del fútbol argentino- , que acababa de jugar como tal con Brasil en la Copa América de ese 2004: Renato Dirnei. Tras la temporada inicial con Joaquín Caparrós, Juande Ramos y Manolo Jiménez explotaron su potencial sacándolo de su puesto natural de pivote. A veces, el jugador procedente del Santos actuaba como enganche. Otras, como falso extremo derecho para potencial el control de la medular. Pero siempre, Renato mostraba una acentuada capacidad para llegar a posiciones de remate desde la segunda línea. Hizo 39 goles, nada menos, en sus 7 campañas en Nervión. Hoy vuelve a defender la camiseta blanca del Santos... como pivote.

Iborra es el siguiente de la estirpe. Ya se siente plenamente valorado por Emery, de lo que se congratula esa parte del sevillismo que no terminaba de entender por qué no jugaba más. "Nos sentimos capaces de todo". Es su reto. Lo lanza cerca de la portería contraria.

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