El mismo perro con distinto collar (2-1)

Granada-Sevilla

El Sevilla apuesta por dos delanteros puros en Granada, pero no varía la actitud y cae en una primera mitad nefasta Tras el descanso, los sevillistas acusan la falta de frescura arriba y yerran muchas ocasiones.

Foto: Álex Cámara
Foto: Álex Cámara
Francisco José Ortega

04 de enero 2016 - 06:02

Nueva derrota, otra más, del Sevilla fuera de casa para completar una primera vuelta horrenda en este sentido. Unai Emery se subió al carro de quienes piensan que se trata de un problema de delanteros y apostó por la pareja integrada por Gameiro y Fernando Llorente, sus dos puntas más cualificados en la teoría, pero el partido se encargó de demostrarle al técnico y a quienes así piensan que no, que no se trata de una cuestión de acumular más gente arriba, sino de salir con la actitud adecuada para hacerle sangre al rival en el minuto uno mejor que en el dos. Ésa es la clave, no otra, y por eso el Sevilla regresó de Granada con un enfado de mil demonios y también cargado de dudas sobre lo que está fallando en esta piropeada plantilla para que acumule un fracaso detrás de otro cada vez que ejerce de forastero en el presente curso.

Las verdades absolutas no existen, está claro, pero ya ha quedado reflejado en estas páginas más de una vez que una de las principales razones para que este Sevilla no sea capaz de imponerse a ningún rival a los que ha afrontado lejos de Nervión está en el amaneramiento de muchas de sus piezas claves. "El olor a colonia se carga el linimento". Ése fue el título de la crónica el día del Levante-Sevilla, el segundo sinsabor como forastero, y cuando se finiquita la primera fase del torneo liguero el perfume, caro por supuesto, no es que se perciba en la pituitaria antes que el aroma propio de un vestuario de un equipo de fútbol, es que ya resulta realmente insoportable por el exceso de uso de quienes deberían defender el escudo que tanto sienten los sevillistas.

Una aclaración rápida, sin embargo, para que nadie se pueda llamar a engaño. No es que los bien pagados profesionales de la plantilla que hacía sonreír a Monchi en verano no se dejen hasta la última gota de sudor en el campo, en absoluto, la cuestión es la falta de la hombría, de la mala leche, que exige el fútbol para ir por el rival desde el principio con la intención de aniquilarlo. De eso, justamente, es de lo que carece este grupo de futbolistas, de ese punto de maldad para que cada ocasión de gol desaprovechada produzca un dolor intenso, casi desgarrador, en quien no ha podido anotarlo.

El Sevilla, como en Granada, esta vez con dos delanteros, insisto, arranca los partidos como si existiera todo el tiempo del mundo para enmendar los yerros que se vayan produciendo. Que se escapa un balón por la banda, en una de las triangulaciones entre Escudero, Vitolo y quien acuda por allí, pues no pasa nada, ya llegará el siguiente; que Reyes intenta un pase aparentemente genial, pero éste acaba en las manos de Andrés Fernández porque ninguno de sus compañeros ha sido capaz de captar la idea, qué problema hay, Reyes sonríe y el otro le pide disculpa por tener el cerebro tan corto para no haber sabido captar su idea; que todos los intentos por conectar con Fernando Llorente por arriba tienen cero posibilidades de éxito debido a que el defensa está encima o a que no hay ningún sevillista cerca del riojano para llevarse el rechazo, pues a intentarlo de nuevo, qué más da; que Rami se cree omnipresente e intenta despejar el balón en el sector izquierdo del centro del campo cuando él es el central derecho y lo pierde, pues vamos para adelante y qué importa si al final todo acaba en gol de Success, si aún queda mucho más de una hora de partido para arreglar esto; que Krychowiak equivoca un control, otro más en este caso, y la acción es el arranque del 2-0 a cargo de Peñaranda, bah, quién se habrá creído que es este Granada, hay tiempo para la remontada...

Es el compendio de lo que fue el Sevilla ayer y de lo que lo ha sido a lo largo de la primera vuelta de este campeonato, una sensación de falsa superioridad, de no ir de verdad a por los partidos cuando se ha cruzado con rivales que teóricamente son inferiores en lo relativo a los nombres, pero que después son capaces de imponer su hombría para provocar las innumerables decepciones que han sufrido los hombres de Emery, el vasco el primero, en este decepcionante caminar.

La desesperación del entrenador de Fuenterrabía tal vez lo condujera ayer a apostar por dos delanteros puros, algo que ha demostrado en multitud de ocasiones que no figura en su catecismo balompédico. También introdujo a Reyes y devolvió a Vitolo al sitio en el que se encuentra más a gusto, arrancando desde la banda izquierda, y fortaleció el eje con Iborra junto a Krychowiak. Sin embargo, cuando el balón comenzó a circular nada fue como presagiaba el máximo responsable del plantel blanco. Todo se limita a un exceso de balones por arriba a Llorente en lugar de tocar y elaborar, algo que incluso el ariete riojano agradece para no tener que chocar con las paredes tantas veces.

El Sevilla fue dejando pasar los minutos, una vez más, sin importarle en exceso y lo que se encontró fue un error de Rami que acabó en gol previo nuevo fallo en el rechazo de Sergio Rico. Uno a cero y una canción ya interpretada en otras ocasiones. Entonces sí trató de buscar Reyes a sus compañeros, pero lo que más se producían eran llegadas granadinistas entre los laterales y los centrales. Así hasta el segundo error, éste de Krychowiak, y el 2-0.

Un último arreón de orgullo sí permitió atisbar una posible remontada en la segunda mitad tras el gol de Vitolo, entonces salieron Banega y Cristóforo, éste en un cambio tal vez precipitado. El Sevilla apretó, tuvo ocasiones y no las aprovechó por una causa o por otra, y al final careció de frescura arriba al echar en falta el ingreso de un delantero sin tantos kilómetros recorridos. Pero da igual, era el mismo perro con distinto collar, la cuestión es no dejar pasar los minutos, sea el uno o el 93, y no exigir más prolongación. Menos colonia y más verdad. Ésa es la clave, no el número de delanteros.

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