“El impacto de los sentidos es esencial para que sea arte”
Fernando Giráldez. Catedrático de Fisiología
Fernando Giráldez (1952) es catedrático de Fisiología de la Universidad Pompeu Fabra. Doctor en Medicina por la Universidad de Valladolid, continuó su formación en Cambridge y King’s College London. Ha desarrollado una dilatada carrera como investigador en las áreas de neurociencia y biología del desarrollo. En Un neurocientífico en el Museo del Prado (Paidós), propone un diálogo entre arte y ciencia.
–¿Qué hace un neurocientífico en el Museo del Prado?
–Lo que hace todo el mundo: disfrutar, fisgar, ir de una obra para otra. Lo que pasa es que en algún momento se hace preguntas del por qué de las cosas. Es ahí donde sale el científico. Los enigmas generales son los que se plantea casi todo el mundo: ve personas, paisajes, acciones... Y resulta que te acercas a la pintura y ahí no hay más que un conjunto de borrones y que todo es plano. Entonces piensas, ¿cómo se obra este milagro? En esto hay dos patas: cómo hacen los pintores para conseguirlo y cómo vemos para que nos engañen. Ambas cosas están ligadas. Los pintores han explorado el cerebro para ver cómo engañarlo, y al hacerlo han descubierto su funcionamiento.
–¿Cómo seduce el arte a la mente humana?
–El arte son muchas cosas. Pero la pintura, concretamente, tiene un componente que, aparte de la historia que cuenta, de lo que simboliza, que es obviamente importante, tiene que entrar por nuestros sentidos. El arte siempre tiene algo que impacta nuestros sentidos y es lo que nos atrae: la armonía, la combinación de colores, la organización de las formas...
–Afirma que el arte llega al fondo del alma antes de que nos de tiempo a reaccionar. ¿Cómo?
–Nosotros vemos, captamos y nos impactan las cosas antes de que empecemos a pensar porque el cerebro ha hecho ya muchísimo trabajo por nosotros. Tardamos medio segundo en captar una situación. Cuando uno ve una obra de arte, es en esos primeros 500 milisegundos cuando entra hasta el fondo de nuestro corazón y a partir de ahí empezamos a reaccionar. Ese primer instante es consustancial al arte: el impacto de los sentidos es esencial para que sea arte y no otra cosa.
–¿Lo relevante del arte reside en su significado?
–Sí, pero no solo. Para ser arte, para lograr el impacto estético tiene que tener unas propiedades materiales que podamos captar con nuestros sentidos, que es lo que diferencia el arte de una historieta o un panfleto.
Los pintores han explorado el cerebro para ver cómo engañarlo y al hacerlo han descubierto su funcionamiento”
–¿Nos guían los prejuicios a la hora de observar una hora de arte?
–Sí, mucho. El arte clásico ha sido muy maltratado, bien por prejuicios culturales o por familiaridad. Toda la pintura religiosa, la pintura real, es un poco maltratada por la costumbre, especialmente en culturas como la nuestra, de tanto verla. El arte clásico, por razones desde técnicas hasta culturales, es irrepetible y maravilloso.
–¿Existen vínculos entre el arte y la ciencia?
–Sí, siempre los ha habido. Todo el mundo piensa en Leonardo o en los ópticos holandeses que influyeron en algunos pintores, el uso de la geometría para la perspectiva... Pero hay otro paralelismo menos notorio que es la actitud de buscar soluciones a los problemas. Porque los pintores, a la hora de representar ciertas cosas, toman las mismas actitudes que los científicos para indagar. Necesitan cristalizar en su forma de pintar ciertas ideas, pero no tanto por éstas, sino la manera en que quieren expresarlas.
–¿La ciencia explicaría, por ejemplo, el misterio de la sonrisa de la Mona Lisa?
–Tampoco hay que exagerar. Es una posible explicación razonable. La idea fundamental es que está en los dos lados. Está en la manera de pintar la sonrisa, que ha encontrado una ambigüedad que fuerza a mirarla de forma que genera la ilusión de la sonrisa. Leonardo descubre que si pinta con líneas y contornos lleva a imágenes muy idealizadas y la naturaleza no es así. Entonces inició esta idea de emborronar los contornos, que es el esfumato, que generaba una imprecisión que hacía la imagen más natural. Pero además, la manera de pintar la boca, con pinceladas con pequeñas diferencias, crea cambios radicales en el gesto. Ahí está el secreto, en cómo está pintado y en nuestra manera de mirarla, porque nunca miramos el todo a la vez, sino detalles.
–¿Los grandes maestros de la pintura han sido neurocientíficos intuitivos?
–Es una forma de decirlo. Ellos no sabían ni lo que era la neurociencia, pero para conseguir generar ilusiones de espacio o dinámicas han tenido que entender no tanto la física de los objetos, sino cómo mira una persona. La perspectiva es representar las cosas como si estuvieran proyectadas en la retina, y para eso hay que entender cómo funciona la visión. Los pintores van descubriendo cómo vemos y van manipulando sus pinturas hasta conseguir ciertos efectos.
–¿A quién o qué obra pondría como máximo ejemplo de este conocimiento del funcionamiento del cerebro?
–Es muy difícil porque es un conocimiento que se acumula. Los grandes pintores eran estudiosos y estudiantes en talleres de otros grandes pintores. Quizá técnicamente esto llegó al máximo en el siglo XIX, pero creo que los dos hitos donde converge toda esta tradición de perfección y de exploración de hasta dónde puede llegar la pintura engañando el cerebro son Velázquez y Rembrandt.
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