Una mañana clásica en los cacharritos a seis euros el viaje
La leyenda de que el último día de feria se abarataban los precios de la calle del infierno resultó ser eso, una leyenda
La Feria se hace larga hasta en el formato corto
Érase una vez, hace muchos muchos años, que la mañana del domingo de feria la reservaban los padres para llevar a sus hijos a los cacharritos. Decían que los feriantes abarataban esa mañana los precios porque, al ser el último día, echaban el resto y así provocaban un efecto llamada. Y de paso había quien se quedaba a comer en la Feria y apuraba ya las últimas horas de la fiesta, sobre todo si la historia transcurría en aquellos años en los que todavía había lunes de resaca y no había ni trabajo ni colegio al día siguiente. Pero esto, como decimos, ocurrió hace muchos muchos años y poco tiene que ver con la realidad de la Feria de Abril de 2025, edición que nada tiene de abril salvo el nombre y con la que se ha vuelto a recuperar el domingo de feria como última jornada y no como primera, al volver al formato corto e histórico de la fiesta tras varios años siendo de sábado a sábado.
Poco tiene que ver, decimos, en la cuestión de los precios, porque ambiente sí que hay en la calle del infierno en este domingo de feria con el que la ciudad despide su segunda fiesta mayor. Están las atracciones en marcha desde las once, aún temprano y con escaso público, pero el panorama va cambiando conforme pasan las horas. A mediodía ya hay bastante gente y a la hora de comer hay más que en las casetas, como si los padres de ahora, hijos de antaño, mantuvieran viva esa tradición de llevar a los niños a los cacharritos la mañana del domingo.
Pero la costumbre se queda en los padres, porque los feriantes mantienen los precios de la semana. A seis euros el viaje en las atracciones más populares, a siete si son algo más sofisticadas, la tradición exige un esfuerzo extra para unos bolsillos ya demasiado exigidos si se ha visitado el real con antelación durante la semana. Menos mal que esta feria de mayo ha caído a principios de mes, porque si es a finales de abril se queda el Ratón Vacilón con hambre. Por cierto, que hay varios ratones vacilones en la calle del infierno. El clásico, uno que se llama Súper Ratón Vacilón y otro que viene con Gato Comilón. Todos valen lo mismo, seis euros por cabeza y viaje, así que este periodista apuesta por el primero, el que gestiona la empresa Bañuls, otro clásico de las atracciones.
Pueden subirse niños mayores de cuatro años, aunque tienen que hacerlo acompañados si no llegan todavía a los ocho. El Ratón Vacilón es una montaña rusa de las de toda la vida, con un toque final en el que un gato termina comiéndose al ratón, entendido como tal el vagón en el que viajaban los usuarios. Hay en él un botón azul y otro rojo, con el que la empresa fabricante no es que homenajee a Matrix, sino que avisa de que puede pulsar el primero si quiere una experiencia refrescante (básicamente que le caiga a uno algo de agua pulverizada como en la esfera de la Expo) o el segundo si prefiere unos efectos espaciales (esto de día no se experimenta bien, quizá de noche haya algún juego de luces que con la claridad pasan desapercibidas).
Como atracción clásica que es, la montaña rusa es divertidísima. Eso sí, no esperen dos o tres vueltas ni nada de eso. Una, que dura un par de minutos, tres a lo sumo, y poco más. Si es usted miembro de una familia de cuatro personas y le ha tocado pagar, acaba de aflojar 24 euros por tres minutos de diversión. Como terapia, ni la del psiquiatra más reputado. Eso sí, la risa de un niño cuando le sube la cosquillita por la barriga en una bajada a toda velocidad no hay dinero que la pague.
Hay otra montaña rusa un pelín más elaborada, la Selva Encantada, que tiene también distintas variantes en la Feria. Ésta, como es un poco más larga, cuesta siete euros este domingo de Feria. La estructura simula un paseo por la jungla entre monos, gorilas, tucanes y guerreros zulús (o vaya usted a saber de qué tribu) con paso incluido por un túnel con niebla en el que uno se siente Martin Sheen remontando el Mekong en busca del coronel Kurtz. Pero al final no hay Marlon Brando sino un frenazo brusco y un tipo simpático con cara de llevar dos semanas allí pidiéndole a uno amablemente que alce los brazos para que pueda levantar la barrera de seguridad.
Si se buscan emociones fuertes, siempre sin dar demasiadas vueltas ni ponerse boca abajo, una buena opción es el Ala Delta, otra montaña rusa en la que uno va en un vagón colgado por la parte de arriba, con los pies al aire. Como en el Jaguar de Isla Mágica, aunque a menos velocidad. Con un botón para mojarse si se prefiere. Botón que los niños no dudan en pulsar, aunque no haga demasiado calor. Así que sale uno algo mojado y con un buen meneo dado, también por siete euros el viaje. Dan las dos de la tarde y hay ya bullicio en algunas zonas y colas en algunas atracciones. Hay que aprovechar hasta el último día.
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