A la concordia por el fútbol
La Caja Negra
Cabría decirles como el entrenador argentino a sus jugadores en una tangana: "¡No se peleen, jueguen bonito, sean felices y hagan feliz a la gente!"
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La bofetada del padrón

El espíritu de Breslavia en clave andaluza es la concordia reinante en el palco de autoridades de la final de la UEFA Conference League. María Jesús Montero y Juan Manuel Moreno convivieron en paz y armonía. Más europeístas que nunca. Sin malas caras, sin enredos de protocolo, sin tensiones absurdas. Andalucía debe ser la reserva espiritual de una política sin insultos ni provocaciones por mucho que de vez en cuando haya tirones de orejas o momentos más encendidos. En Polonia convivieron el rostro andaluz del sanchismo y el icono de la moderación en el contexto de una política crispada. No era necesario que comieran perdices, ni que fueran felices. Ni el resultado del partido ayudó a nada de eso, pero el objetivo se cumplió. Y conviene ser destacado en el actual estado de la nación, cuando uno y otro partido se lanzan los trastos en las sesiones de control al Gobierno en la Cámara Baja y en el fortín popular de la Cámara Alta. Si algo bueno tiene el fútbol es la capacidad de generar felicidad e ilusión en miles de personas de diferentes generaciones. Desde que la mayoría de clubes tuvieron que convertirse en sociedades anónimas deportivas, la pasión de los aficionados es el patrimonio más valioso y auténtico. Todo lo demás está contaminado por el dinero. Los políticos tienen que estar, no les queda más remedio que mezclarse en las concentraciones previas, ser y parecer aficionados; lucirse después en el palco y compartir la gloria de la victoria o la amargura de la derrota. El fútbol es el espectáculo de masas transversal por definición. Una final europea obligaba a estar como fuera. No hacerlo era un pecado capital reprochable de por vida. Hemos visto a alcaldes ser manteados en una celebración, botar en los balcones al compás de los vítores y llorar con los que lloraban en los días de desilusión. El fútbol acoge, pero no perdona el hurto de protagonismo. Nadie está por encima del fútbol, pero todos deben estar en torno al equipo. Y hacerlo con armonía, de corazón. O, al menos, que lo parezca. Con el fútbol no hay bromas, porque gracias al fútbol muchos, muchísimos, sobrellevan la existencia, honran a sus difuntos, legan la afición, hacen relaciones sociales, cultivan sus amistades y adornan sus vidas. El político que ignora el fútbol está condenado. El fútbol es la ciudad, como las fiestas mayores. De la Moncloa a Polonia. De San Telmo a Polonia. Todos los caminos condujeron a una noche crucial para un Betis que ya triunfó con estar en la final. Hizo feliz a su gente, vieron que era posible. Quien llega a una final puede llegar más veces, quien gana una vez puede repetir. La clave, como en política, es marcar una tendencia al alza que fije un nivel de exigencia y de referencia cada vez más alto. Que obligue a repetir, a machacar, a perseverar, a no conformarse. Así es como se abandonan las zonas templadas de una clasificación. Vale para el fútbol como vale para las ciudades.
Sea el fútbol siempre un lugar para la concordia, para políticos responsables y con un sólido perfil institucional. La política está sobrada de forofos. La concordia que genera el fútbol no es un mal camino, aunque sea solo por noventa minutos. Siempre podemos ilusionarnos con una prórroga. Y sacar tarjeta amarilla si es necesario. Las coloradas, mejor para la manteca del desayuno. Guarden de todas formas las tarjetas por si hay que tirar de ellas en los debates electorales del próximo año en la televisión pública andaluza. Los dos del palco polaco se verán en el plató andaluz. Y, como en el fútbol, solo uno podrá acariciar el metal del trofeo en una Andalucía siempre necesitada de que la ilusión se traduzca en trofeos. Cabría pedirles aquello del entrenador argentino que riñó a sus hombres por una tangana en un entrenamiento: "¡No se peleen, jueguen bonito, sean felices y hagan a la gente feliz!".
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