El grito razonable de un hostelero sevillano

La Caja Negra

El dueño de la 'LaLola' denuncia la práctica de muchos clientes de dejar plantadas las mesas reservadas

La libertad perdida en los bares

Bares sin guiris

Javier Abascal.
Javier Abascal. / José Ángel García

La falta de personal no es el único problema que sufre la hostelería de los años posteriores a la pandemia. El empresario Javier Abascal no aguantó más y estalló en las redes sociales el pasado sábado al poner de relieve la mala educación de muchos clientes que dejan plantadas las mesas. De 31 comensales confirmados en la noche del viernes en su restaurante LaLola solo se presentaron catorce clientes. El resultado es obvio: le dejaron tiradas la mitad de las plazas. Cuando trató de ponerse en contacto con los peticionarios de las reservas para reclamar su presencia, se encontró con que le habían bloqueado el número, una prueba evidente de la desconsideración. Ni una explicación. La triste verdad es que estas actitudes no extrañan en una sociedad en la que los pacientes tampoco avisan al Servicio Andaluz de Salud (SAS) en caso de incomparecencia en la consulta médica. La estadística oficial revela que cerca de dos mil sevillanos dejan plantado cada día a su médico de familia. Abascal no pudo más y publicó un mensaje en su perfil de la red social Equis: "Viernes noche, 31 pax confirmadas. Mesa de 10 pax, ingleses no show. Mesa de 5 pax, portugueses no show. Mesa de 2 pax, no show. Mesa de 2 pax, no show. ¡Gracias por vuestra mierda de respeto!". La denuncia de Abascal pone de manifiesto la necesidad de que los restaurantes blinden de alguna forma las reservas, como hace años que realizan los hoteles al pedir algún tipo de garantía, como la presentación de una tarjeta de crédito. Hay restaurantes que ya cobran 15 euros por comensal en caso de incomparecencia, o que piden un anticipo que después se detrae de la factura final.

La hostelería se beneficia del boom del turismo y de la necesidad de pasar más tiempo en la calle tras la pandemia, pero también sufre determinados efectos, como el hábito de muchos clientes de reservar en varios sitios a la vez para una cena y decidirse por uno a última hora. Este verano ha vuelto a ocurrir en muchos destinos de costa, por eso los restaurantes solicitan reconfirmaciones por escrito, mediante correo electrónico o SMS, o mediante llamada teléfonica personalizada efectuada a primera hora de la mañana. Una mesa plantada es una ganancia perdida, un lucro cesante imperdonable en temporada alta. Por eso se entiende el grito más que razonable de Abascal, que no dejó de recibir muestras de solidaridad de decenas de sevillanos.

Este empresario, que se presenta como un "cocinero" que se entiende con la gente "cocinando", ha alcanzado el éxito con restaurantes como Lalola o Lieva. Y ha abierto recientemente uno más, Itálica, en la Plaza del Duque, en el Hotel América. Es notorio que la hostelería ha cambiado tras la pandemia. Se ha vuelto más restrictiva, con más controles previos sobre las intenciones del cliente, al que, por ejemplo, se le pregunta en muchos negocios si va a almorzar o no en la mesa, o se le dicta un tiempo de uso del velador. Hay negocios que funcionan solo mediante la reserva, han suprimido las barras o imponen criterios a la hora de efectuar el pago de la factura para que sea unificado en los casos de reuniones de amigos. El bar ha dejado de ser un espacio de libertad en muchos casos. Pero el perfil del cliente también ha cambiado y se han hecho habituales los desprecios a las reservas realizadas con el consiguiente perjuicio al empresario. Resulta inadmisible dejar tirada una mesa cuando basta una llamada para anular la reserva. Como suele ocurrir, el debate está abierto. ¿Son las restricciones la respuesta a unos comportamientos más irrespetuosos? Es muy probable que un empresario de éxito como Javier Abascal tenga que regular las reservas con la toma de garantías.

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