El Möet Chandon, el vacío y los nuevos remontes
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La secuencia de la película suele ser la misma. Una casa catalogada del centro suma años de abandono, de vacío; unos señores piden una certificación urbanística para conocer el grado de intervencionismo permitido, encargan una reforma, hacen el estudio económico, piden la licencia y los albañiles entran a saco. ¿Para qué? Para hacer apartamentos turísticos y algunas viviendas y oficinas. Todo con los papeles y dictámenes a favor, como ocurre estos días a ojos de los viandantes en el número 30 de la calle Cabeza del Rey Don Pedro. El inmueble tiene en su fachada la hornacina con el busto del monarca que arrastra la fama de crueldad. Fue la sede de una emergente inmobiliaria que se fue al traste con la crisis de 2008, aquella que acabó con las reservas de Möet Chandon de los restaurantes próximos a las notarías, mandó a los arquitectos al sector del taxi y a los ejecutivos de empresa a abrir gastrobares con las indemnizaciones. Aquella casa tuvo días de gloria, acogió actos benéficos, lució placa que acabó cayendo... Y su dueño murió en silencio, pese a haber sido rey mago, levantado promociones en la Costa del Sol y ejercido de benefactor de importantes cofradías. La casa quedó muda. Y ahora se rehabilita en uno de esos proyectos que son posibles gracias al turismo, como recalcan los defensores de los excesos. “¡Si no fuera por el turismo nadie invertiría en restaurar estas casas!”. Pues tendremos que dar las gracias al turismo y mandarle una caja de mantecados a los que viajan a Asia a traernos chinos.
El caso es que la casa gana descaradamente en altura. El ático ha crecido como el niño que engorda y gasta ya una camiseta XXL. Ay, que se ve la maniobra. Resulta que en el sector de la Encarnación no se pueden alterar ya las volumetrías por efecto de varias sentencias judiciales que han obligado a cambiar la normativa. Hoy, por ejemplo, no sería posible la construcción de las Setas. Una victoria moral de los conservacionistas que, como todas las que exigen intervención judicial, llega tarde. Por contra, las normas del sector de la Alfalfa no han sido actualizadas. Por eso se ha podido colar la ampliación del remonte, que ahora es perfectamente visible desde la calle Muñoz y Pabón (qué gran canónigo). ¿No hubiera sido mejor dilatar la concesión de la licencia si se sabe que pronto ha de ser cambiada toda la normativa? ¿No se hubiera podido hacer algo parecido con la Palmera, haber aplicado algún ardid mientras se reforzaba la normativa para impedir los atentados contra el patrimonio histórico, las agresiones de esas residencias de estudiantes que son vómitos en la Sevilla del 29, los mamotretos y otras muestras que dejan en evidencia la incapacidad de la ciudad para sufrir perjuicios irreversibles?
Crecen los remontes en la zona de la Alfalfa como ocurre en la misma calle Sierpes. La fisonomía de la ciudad cambias pese a las catalogaciones. Aumentan las piscinas y pequeñas albercas, por lo que Sevilla pierde esa ‘quinta fachada’ que sí mantiene Madrid y que tanto valora el duque de Segorbe. Una foto aérea del centro de Sevilla es hoy una suma de pequeñas piscinas, de puntos azules que son los iconos que captan el turismo de bajo coste al margen de las olas de calor.
Nunca olvidemos que las barbaridades de la Palmera y los remontes descontrolados cuentan con el visto bueno de Urbanismo y la bendición de la Comisión de Patrimonio. Seguridad jurídica se llama. Horrores garantizados. ¿Queda Möet Chandon? No, los turistas toman Dubois del supermercado.
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