Arnaud Desplechin: la zarabanda de los vivos y los muertos

Mathieu Amalric y Catherine Deneuve, hijo y madre en 'Un cuento de Navidad'.
Mathieu Amalric y Catherine Deneuve, hijo y madre en 'Un cuento de Navidad'.

31 de julio 2009 - 05:00

Arnaud Desplechin, el cineasta generoso, tejedor de relatos densos habitados por personajes complejos que suelen no parar de decir cosas muy interesantes, regresó en Un cuento de Navidad al núcleo familiar como microuniverso tensado entre igualmente dolorosas hipocresías y verdades. De todos los fantasmas literarios, filosóficos, teatrales y cinematográficos que poseen el cine de este fino prosista desde la primigenia La vie des morts (1991), nos parece que es el de Ingmar Bergman -más ahora que el sueco ya es puro espíritu- el que últimamente lo visita más: así, si al principio la crítica pensó en lógicos referentes modernos franceses (resonancias del complot rivettiano, por ejemplo, en La sentinelle; tutela general del Truffaut elegante, fluido y decidido por las rupturas ingeniosas y nada bruscas: la comunión perfecta en Esther Kahn), desde la anterior Rois et reine se advierte el rotundo eco de quien se despidiera en Saraband, otro cuento trágico, patético y sosegado por el que pasean, a veces tan reales que queman la retina, otras etéreos y vagos como apariciones casi benefactoras, los cuerpos gravidos con tendencia a acuchillarse con palabras.

Es el amalgamado cine de Desplechin de una impureza culterana, repleto de referencias cruzadas (aquí de Ibsen a Shakespeare, de la última literatura psicoanalítica a la filosofía liberal de Emerson), que nunca, sin embargo, distancian al espectador de unas películas que no son sino capítulos de una particular comedia humana donde se exploran las posibilidades narrativas de los vínculos afectivos y sanguíneos entre las personas. Con la callada influencia de los muertos -que en Desplechin, quizá también por rimar en algo con uno de sus cineastas más admirados, el documentalista Claude Lanzmann, sobrevuelan las angustiadas existencias de los demás, testigos y supervivientes-, se trata en Un cuento de Navidad de viajar al corazón de la noche familiar, un régimen nocturno de víctimas y verdugos, de aliados y enemigos, que recortan con aciaga determinación su individualidad sobre un tupido fondo de memoria traumática. Desplechin, en la dialéctica de cuerpos y discursos, sigue mostrándose a menudo tremendamente colérico, aunque en este caso la violencia y la impudicia que a veces se agarran a los rostros y discurso de los protagonistas sean equilibradas por mayores dosis de humor, volviendo finalmente a adquirir esta nueva saga familiar la forma de un viaje colectivo hacia la luz, hacia una nueva pequeña iluminación privada que hace a cada hijo (legítimo, bastardo o putativo) más consciente de su lugar en el mundo. Aunque de profundas raíces europeas, en el cine de Desplechin reverbera la fascinación francesa por las formas (pequeña y grande) de la narración norteamericana, el anhelo de instaurar el sentido y ahuyentar el misterio.

Director Arnaud Desplechin. Con Catherine Deneuve, J. P. Roussillon, M. Amalric. Cameo.

stats