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Carmen | Crítica de danza

El lado más sombrío del hombre

La CND en una de las dinámicas escenas corales de 'Carmen'.

La CND en una de las dinámicas escenas corales de 'Carmen'. / José Ángel García

El mito de Carmen ha generado una riqueza tal de temas, puntos de vista e incluso versiones bailadas, que resulta extremadamente difícil aportar algo. No obstante, Johan Inger, coreógrafo sueco residente en Sevilla desde hace unos años, ha logrado crear una Carmen que huele a nueva.

Esencial y atemporal, el verdadero protagonista de esta versión, estrenada en 2015 para y por la Compañía Nacional de Danza a propuesta de su anterior director artístico, José Carlos Martínez, no es la célebre cigarrera sevillana sino Don José, el militar que la ama y que acabará con su vida al no aceptar la pérdida de su amor.

La obra, la primera con argumento de Inger, se aleja por completo de Sevilla, del tabaco y de todos los estereotipos que cabía esperar. Incluso se aleja de la psicología de Carmen, maravillosamente bailada por la almeriense Sara Fernández, para adentrarse en la mente del hombre, en esa mezcla de sentimientos (pasión, celos, deseo de venganza…) que las sombras oscuras que todos llevamos dentro van macerando hasta empujarlo al fatal desenlace. ¿Les suena de algo la historia?

Inger se adentra en la mente de Don José para observar cómo las sombras oscuras lo arrastran hacia el fatal desenlace

A pesar de su sobriedad, la obra -que ya se pudo ver en Sevilla, en el Teatro Lope de Vega, en 2016- presenta una rara perfección, fruto de la excelencia de todos sus ingredientes, empezando por la música.

Junto a un par de temas de Bizet y algunos interludios de Marc Álvarez, el magnífico esqueleto de esta Carmen -al igual que el de la celebérrima versión del Cullberg Ballet- es la composición del ruso Rodion Shchedrin (amén de gran compositor, marido de Maya Plisetskaya) que, en realidad, contiene todas las músicas de Bizet, con unas percusiones y unos añadidos que la hacen más dramática, más bailable.

La dramaturgia de Gregor Acuña-Pohl, por su parte, ordena y deja clara la separación de lo real y lo simbólico o alegórico -de gran relevancia en la obra- añadiendo un nuevo personaje que atraviesa toda la obra: un niño que observa con inocencia la transformación y la violencia creciente de Don José.

La escenografía, compuesta de nueve módulos móviles, con un espejo en uno de sus lados, que nos remiten a una fábrica, a una cárcel… o a la intimidad de una habitación, crea ambientes, a veces cinematográficos, pero nunca interfiere ni resta protagonismo al discurso dancístico.

El vestuario del fallecido Delfín sugiere -en los volantes de las mujeres, en los lunares de los perros…- y a la vez frena. Frena erotismo en la escena de los semidesnudos de las cigarreras y frena color y alegría en las apariciones de Escamillo, cuyo traje de rockero negro, y su negra cuadrilla, lo sitúan en el umbral de las sombras, vehículo involuntario de la muerte.

Y por encima de todo, la coreografía. Defendida por 18 magníficos bailarines de la CND, Inger, en la línea de la danza moderna del Cullberg y del Nederlands Dans Theater, compañías de las que formó parte durante años, estructura la pieza en una sabia alternancia entre las escenas corales absolutamente dinámicas y con una clara evolución desde el color y la verticalidad de la primera parte a la tenebrosidad y el trabajo de suelo en la segunda, y unos hermosos y dramáticos pasos a dos de los protagonistas.

Auténticos diálogos en los que la Carmen, mujer libre y fuerte, se enfrenta al dramatismo extremo de Don José, un Daan Vervoort tan actor como bailarín a la hora de expresar las duras actitudes y la creciente violencia del militar.

El solista belga, en efecto, nos muestra a la perfección en la segunda parte cómo las sombras, que lo acechan sin descanso, acaban por devorarle hasta la última gota de razón.

Así las cosas, la tragedia estaba servida, aunque, al contrario que las de las noticias, el teatro no es muerte sino aviso.

En cuanto a lo artístico, esta Carmen, premio Benois de la Danza entre otras cosas, es un verdadero disfrute. Un magnífico broche para cerrar la difícil temporada del Teatro de la Maestranza.  

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