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Cultura

Casas entrelazadas

  • Los ajustes en una pequeña casa decimonónica del centro histórico desvela la posibilidad de otros modos de habitarla

De las numerosas intervenciones en las casas de nuestro centro histórico que viene realizando la arquitectura sevillana desde hace al menos tres décadas, se pueden sacar algunas conclusiones que se sintetizarían en dos: siempre es preservado y potenciado el mecanismo tipológico -también ambiental- del patio y es la configuración formal de la arquitectura moderna la que finalmente establece el nuevo orden sobre el que se juega la habitabilidad del rehabilitado edificio.

La variación espacial y formal que esta caracterización permite es muy extensa y merecería una vuelta sobre ella, como verdadera aportación moderna en positivo al patrimonio urbano. Frente a aquella enciclopedia de una habitación hoy desaparecida o transformada que fue la monumental Arquitectura Civil Sevillana podría hoy levantarse una arquitectura patrimonial moderna, con sus luces y sus sombras, sus brillos y sus achaques, en cualquier caso con una consecución cultural de la que nuestra contemporaneidad tiene poca conciencia y cuyo alcance y valoración deberán ser realizados por una historiografía excesivamente preocupada en celebrar la incorporación de nuestra arquitectura a ese horizonte de la globalización.

Lo que marcaría este nuevo ensayo que hoy nos ocupa, es un sesgo diferenciador frente a esa larga serie de tentativas anteriores. En realidad, todo viene promovido por un cambio en la estrategia proyectual utilizada, que pasa del mecanismo de la inserción al del plegado. Si anteriormente la configuración existente de la casa soportaba la fricción producida por el alojamiento de nuevas piezas, estando la labor del arquitecto ocupada en las suturas entre uno y otro cuerpo, en la casa de la calle Goyeneta son los propios elementos de esa configuración los que son plegados sobre sí mismos, extendiendo los planos de su forma para introducir en esos nuevos intersticios otro programa doméstico.

Para realizar esta operación sus autores han partido de un soporte -la vieja casa- y una acción -reveladora de posibles escenarios de vida contemporáneos- sobre el mismo. El primero, tras promover un acuerdo -no tácito- entre la tradición constructiva decimonónica y la vigente normativa doméstica, les permite alojar cinco apartamentos en la estructura existente manteniendo sus elementos básicos: su materialidad y constructividad, sus vacíos e imagen. La segunda, más allá de la funcionalidad, abre la posibilidad de un modo de vida singular para cada vecino que le identifique con la casa y la ciudad. El resultado, un conjunto de viviendas entrelazadas, a partir de las condiciones espaciales y materiales originales, donde la arquitectura se pliega a la vida cotidiana.

El procedimiento será entonces crear la atmósfera y los medios necesarios para que cada futuro habitante, por la presencia del patio o la luz, se reconozca en la posición relativa que su vivienda o estancia ocupa en la casa antigua, sabiéndose en su interior pero participando siempre de un exterior conquistado a la ciudad. Para que pueda valorar por igual salas principales o rincones vivideros, disfrutar estando bajo o sobre los techos de la misma casa, mirar sin ser visto o circulando por escaleras y pasillos dispuestos entre antiguos muros o vacíos. Para que, por su deseo, pueda estar o desplazarse entre las luces que bañan muros o aparecen tras ellos, descubra en el quiebro de una pared o el giro de una escalera paisajes urbanos hasta ahora ocultos, muebles que se disponen tanto para la vida como el almacenaje, etc.

La habitabilidad así conseguida desafía cualquier consideración formal del código clásico-moderno, planteando una dilatación transgénica del mismo y posibilitando una experiencia habitativa alternativa a esa de la espacialidad. Si tuviéramos sintéticamente que elegir una metáfora plástica, estaríamos ante un merzbau invertido, ocluido y con ello, frente a una gruta llena de pasajes cerrados o abiertos hacia las mil direcciones a las que la casa sevillana apunta: desde el cielo hasta el suelo.

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