Opinión: La Panorámica
Juan Pinto
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Las referencias al imaginario del Far West suelen ser más cinematográficas que literarias, pero la mayoría de los filmes más conocidos o prestigiosos se basan en novelas cuya difusión ha sido escasa o se sitúa a años luz de la que han alcanzado las películas, dentro y fuera de los Estados Unidos. Conocemos a autores clásicos como James Fenimore Cooper o populares como el en otro tiempo muy leído Karl May, especializado en las ficciones sobre el Oeste aunque nunca llegó a visitar los escenarios que describía, pero ignoramos muchos de los eslabones de una tradición que no ha permanecido inmutable ni se reduce, como tampoco en el caso del cine, a los consabidos y eficaces tópicos del género. Es verdad que sabemos demasiado de un periodo de la historia norteamericana que, comparado con otros movimientos de expansión o conquista -la protagonizada por los españoles en el mismo continente, sin ir más lejos-, tiene un alcance limitado y a veces casi provinciano, pero también que el tratamiento reiterado de la materia ha forjado toda una mitología de indudable alcance universal, hasta el punto de haber influido retroactivamente a la hora de interpretar procesos colonizadores muy distantes en el tiempo o la geografía. Puede seguirse algo del itinerario del western a partir de varias novelas, hasta ahora inéditas en castellano, publicadas en los últimos meses, que ponen de manifiesto la versatilidad del género y su evolución a lo largo de las décadas.
Como las del citado May, las novelas del escocés Allan Pinkerton son toscas y trepidantes e interesan, en el caso del segundo, por la temprana acuñación de muchos de los motivos y personajes recurrentes de las historias del Oeste, aunque es poco probable que fuera él mismo -fundador de la mítica agencia de detectives que hizo célebre su apellido- quien las escribiera y tampoco se trata, pues el autor perseguía fines publicitarios, de historias inventadas. Publicada por Ginger Ape, Los forajidos del Misisipí (1879) es uno de los casi veinte relatos que firmó Pinkerton, pero lo mejor de la edición son las tres breves semblanzas biográficas donde se resume la novelesca trayectoria del detective y sus dos hijos, que heredaron la profesión del padre -We never sleep, era el lema de la agencia, en la que décadas después trabajaría Dashiell Hammett- y se vieron envueltos en decenas de episodios rocambolescos. A otro británico no inglés, el irlandés Maurice Walsh, debemos un título conocido por la película homónima de John Ford, cuya trama no transcurre en América sino en la isla natal del autor, aunque comparta algunos elementos típicos del western. Como explica el prologuista de la edición de Reino de Cordelia, Javier Reverte, El hombre tranquilo -que es una colección de relatos, agrupados por Walsh en Green Rushes (1935)- sirve a un claro propósito nacionalista, pero la pasión por los caballos o por las peleas masivas y las consiguientes apuestas remite a una de las escenas clásicas del Oeste, donde no por casualidad abundaban los irlandeses como el propio Ford, nobles, bebedores, pendencieros y sentimentales.
En Bad Lands (1978), que Galaxia Gutenberg presenta con su título original, pues el nombre designa un territorio de Dakota, encontramos un western en toda regla, debido a un narrador, Oakley Hall, del que la misma editorial ya publicó su novela Warlock, elogiada por Thomas Pynchon y famosamente llevada al cine por el represaliado Edward Dmytryk en El hombre de las pistolas de oro. Es un Oeste verdaderamente salvaje -la trilogía de Hall se completará con la próxima edición de Apaches- donde se desatan las pasiones e impera la ley del más fuerte. El paisaje de las grandes llanuras, los conflictos entre ganaderos, la difícil convivencia entre los pioneros y los recién llegados, son algunos de los temas, perfectamente contextualizados, que aparecen en la novela, en la que se percibe el dominio del oficio por parte de un autor que ejerció durante años -Richard Ford fue uno de sus alumnos- como profesor de escritura creativa en la Universidad de California. "Hay que cortar todas las alambradas. Ésa es la ley en el oeste del meridiano", afirmaba uno de los impagables personajes de La Banda de la Tenaza (Berenice) de Edward Abbey, icono de la contracultura y el pensamiento libertario del que acaba de publicarse El vaquero indomable (1956), dedicada "a los forajidos", en la que el llamado anarquista del desierto asume la voz de un cowboy extemporáneo que lucha, como el propio Abbey, contra la destrucción de los entornos naturales por las infraestructuras del progreso. Encarnado por Kirk Douglas en Lonely are the Brave (1962), Jack Burns representa la resistencia orgullosa y no necesariamente pacífica a los valores del "tiempo nuevo".
"Thoreau del Oeste americano", lo llamó, a Abbey, el texano Larry McMurtry, de quien Gallo Nero ha publicado Hud, el salvaje (1961), la primera novela de un autor muy conocido por las adaptaciones cinematográficas de obras como esta Hud, que protagonizó Paul Newman en el filme homónimo de 1963, o The Last Picture Show (1966), llevada a la pantalla por Peter Bogdanovich en 1971. McMurtry ganó un Oscar compartido por el guión de Brokeback Mountain, que proponía una revisión del mito de la virilidad de los vaqueros, pero en Hud el tema es el choque entre los códigos de los mayores y una generación -mediados del siglo XX- que ya no se reconoce en ellos. Hay otros buenos narradores del Oeste como Wallace Stegner, Norman Maclean o Ivan Doig, todos ellos publicados en Asteroide, siempre receptivos a la belleza del paisaje aunque sus obras no guarden relación con el imaginario clásico, pero podríamos acabar el recorrido con una excelente novela de John Williams, Butcher's Crossing (1960), recién rescatada por Lumen, donde el celebrado autor de Stoner (Baile del Sol) se remonta a los años 70 del siglo XIX para ofrecer un western conmovedor y de alto contenido lírico, no en vano se presenta avalado por sendas citas de Emerson y Melville. "Descubrimos aquí -escribe el primero de ellos- que la naturaleza es la circunstancia que empequeñece cualquier otra circunstancia y que juzga, como un dios, a cuantos hombres acuden a ella". Con Williams nos situamos, ya al margen de los géneros, en el territorio de la gran literatura.
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