La noche del martes, con Manuel Imán celebrando tantas cosas, tuvo momentos buenísimos y también regulares; nunca los hay malos en una fiesta; y allí todos habíamos ido a disfrutar con Manuel, un genio de la guitarra, desde siempre y para siempre.
Cincuenta años de carrera dan para mucho y en ellos las cosas no son como fueron, sino como cada uno las recuerda. Y cada uno las vive ahora con arreglo a su recuerdo. Todos revivimos la Sevilla rockera pasada a través de las piezas de Goma y de Imán; tuvimos reflejos silvianos en los arreglos de swing de la marcha de Las Aguas y aires venenosos con las Bulerías del Bronx de Miguel y Juan Campos; Manuel Imán convirtió California en un Califato Independiente a través de Flowers in the desert, una de las canciones que grabó allí tan lejos; y el presente fue La Chocolata trayendo México a Jerez con su ranchera y Cristián de Moret llevando el Alosno a las noches de Harlem; también Manuel haciéndonos pensar con Heaven hacker que estábamos ante unos nuevos Imán.
Y hubo momentos mágicos: el aplauso de todo el teatro viniéndose arriba tras la introducción de Manuel, solo con su guitarra, al entrar la banda y reconocer la gente los acordes míticos del Aquí y ahora de Goma; cómo se rompió el Darsham de Imán en una cadencia musical imposible; el contrapunto maravilloso del fado de Charo Solano, a solas con la guitarra acústica de Manuel después de tanta electricidad desbocada en la Marcha de los Enanitos; la Estrella mucho más Sublime que nunca con los arreglos perfectos de guitarras y contrabajo; el efecto visual de Ignacio Ávila tocando un imaginario teclado sobre los haces luminosos que ascendían desde el suelo antes de que Manuel, sentado al piano, interpretase una actualizada versión de Los Niños. Hubo tantos…
El final, tan sevillano, fue como en los conciertos de los ’70, cuando los músicos de las bandas se unían en una jam final para despedirse con rock y blues, la fuente: Rock me baby, rock me all night long.
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