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Javier Comesaña & Ricardo Alí | Crítica

El canto extático de la cuerda

Javier Comesaña y Ricardo Alí en Chicarreros.

Javier Comesaña y Ricardo Alí en Chicarreros. / P.J.V.

En su breve alocución introductoria insistió Javier Comesaña (Alcalá de Guadaira, 1999) en la idea del canto como elemento que daba cohesión a su programa, aunque en realidad eso es algo que puede decirse de todo el repertorio del Clasicismo (el Romanticismo es sólo su extensión natural), que no es otra cosa que la formalización del sistema melódico-armónico que fue desarrollándose en Europa desde el siglo XVII tras el gran cambio de paradigma que generó el estilo armónico funcional. La discusión de si es la armonía o la melodía el sustento de la música se hunde en la Antigüedad, pero tratándose de repertorio para el violín, instrumento básicamente melódico, casi ni quedan dudas de que es el canto (esto es, la melodía) el punto de partida.

Flamante triunfador en el Concurso Jascha Heifetz de Vilnius, el joven violinista sevillano dejó ver una vez más sus progresos en un recital en el que sus virtudes, que he comentado ya en otras reseñas en este mismo diario (afinación impecable, potencia, sonido lírico, pero carnoso, de vibración generosa, arco fluido y elegante...), se ajustan más al perfil romántico de las obras que interpreta. En la Kv 454 de Mozart, la cantabilidad está ahí desde el principio, el vibrato esta vez muy controlado y el diálogo con el mexicano Ricardo Alí (articulación muy en staccato) fluye con naturalidad, sobre todo en un estático y extático Andante, pero pareció necesaria algo más de cohesión orgánica entre los movimientos. Estuvo todo dicho (y bien), pero la gracia mozartiana asomó demasiado poco (no desde luego en un final menos exultante de lo previsible), quizás algo encorsetada por una visión demasiado ñoña de la ornamentación, una especie de respeto reverencial por la letra de la partitura. Pero es el espíritu del rococó el que debe dominar en la obra (sobre todo, en su final en rondó).

El ardor romántico se impuso ya en la Romanza  de Joachim, con ataques más afilados y matices más variados, pero fue en Brahms donde alcanzó una desbordante intensidad. Apoyado en un piano sólido y flexible, Comesaña mostró todo el potencial sonoro de su instrumento en la Sonata en re menor del hamburgués, contrastando dinámicas sin complejos, fraseando con amplitud (magnífico Adagio), estirando el rubato, dando relieve al canto mediante variados reguladores y haciendo un uso expresivo y colorístico del vibrato. Su violín se hizo polícromo. Resultó significativo en este sentido el control  de volumen y tempi empleados en el tercer movimiento para que el estallido brillante del Finale resultara aún más intenso.

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