Juventud del dandy
Backlist recupera la primera y única novela de Baudelaire, una breve y deliciosa obra que escribió cuando mediaba la veintena
Aún Baudelaire no era Baudelaire y ni siquiera firmaba como tal, pero su ideario, como vio Sartre, estaba ya perfectamente configurado. El joven escritor mediaba la veintena y según los testimonios de algunos contemporáneos había ya compuesto buena parte de los poemas que figurarían en Las flores del mal, que verían la luz una década más tarde. Llevaba una vida desordenada o abiertamente libertina, se relacionaba con poetas y prostitutas, consumía estupefacientes y descollaba en la crítica de arte. Había colaborado en revistas, dilapidado la mitad de su herencia y publicado un par de volúmenes con notas sobre los Salones de 1845 y 1846. Aparecida un año antes de la Revolución del 48 en el Bulletin de la Société des Gens des Lettres, firmada por Charles Defayis, La Fanfarlo no fue pues su primera obra publicada, pero hay en ella una cualidad germinal que anunciaba muchos de los rasgos de su estética, esto es de la modernidad, de la que el atormentado flâneur fue a la vez enemigo y heraldo.
Reeditada en una nueva traducción de Alejandrina Falcón, con prólogo de Carmen Camero, La Fanfarlo es por otra parte la única ficción narrativa del exquisito autor de los Pequeños poemas en prosa, a medio camino entre el relato largo y la nouvelle. Como señala la prologuista, Baudelaire se acogió a una forma que ya habían cultivado con éxito autores como Nodier, Maupassant, Mérimée o Gautier -junto a Poe, uno de sus autores de cabecera-, pero lo hizo no recurriendo al género fantástico sino a la realidad cotidiana de su época, que se propuso reflejar con toda verosimilitud. Usando de una prosa ligera, propia del enredo galante o la comedia sentimental, el autor nos presenta a una bella y virtuosa malmaridada, madame de Cosmelly, que acude a un antiguo amigo de juventud, el mediano poeta y gran fingidor Samuel Cramer, para rogarle que se gane el favor de la amante de su esposo. El amigo comienza entonces a difamar a la Fanfarlo, que así se llama la amante, una bailarina de moda que hace furor en los teatros, con el objeto de atraer su atención, pero al cabo de un tiempo cae rendido a sus encantos y se convierte -cuando la esposa, después de recobrar al marido, rehúsa pagar por ello- en algo parecido al cazador cazado.
Los estudiosos han especulado en torno al trasfondo autobiográfico de la novela, y en efecto no es difícil ver en Cramer, incluso en sus rasgos físicos, un trasunto del autor: "la frente pura y noble, los ojos brillantes como gotas de café, la nariz atrevida y burlona, los labios impúdicos y sensuales, el mentón cuadrado y déspota, la cabellera pretenciosamente rafaelesca". En tal caso, hay algo en el personaje -"que en el pasado firmó con el nombre de Manuela de Monteverde algunas locuras románticas"- de indudable autoparodia, pues también se nos describe como "un gran haragán, un ambicioso triste y un ilustre desdichado". En realidad, y en eso no se parece demasiado a Baudelaire, Cramer es el perfecto petimetre. Por su parte, la Fanfarlo -en la que algunos han querido ver un reflejo de la escandalosa actriz, cortesana y bailarina irlandesa Lola Montes, la célebre amante (entre otros) de Luis de Baviera- encarna el paradigma de la femme fatale de gustos refinados, opuesto a la respetabilidad burguesa de madame de Cosmelly, aunque su evolución posterior, convertida en "una belleza gruesa, limpia, lustrosa y astuta", no la muestra con trazos muy halagüeños.
"Criatura enfermiza y extravagante, su poesía resplandece mucho más en su persona que en sus obras", dice el narrador de su héroe y verdadero protagonista del relato. En frases como ésta, o cuando habla del "apetito de lo bello", o cuando celebra -como un Des Esseintes del medio siglo- el artificio frente a la naturalidad, hay una temprana profesión de dandismo por la que en efecto puede considerarse a Baudelaire, como afirmó famosamente D'Aurevilly, el Dante de una época decadente. Hay también -bajo la levedad de la trama, La Fanfarlo contiene todo un programa de ideas- una impugnación del romanticismo en su vertiente más estereotipada y truculenta. Pero hay además un humor y una mirada absolutamente modernos. Júzguese si no, entre otros muchos ejemplos regocijantes, la irónica frase con la que casi acaba el relato: "¡Pobre Manuela de Monteverde! ¡Qué bajo ha caído! Me enteré recientemente de que fundaba un diario socialista y quería dedicarse a la política".
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