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Laura Mota | Crítica

Preludios y fantasías de una joven

Laura Mota en los Jardines del Alcázar.

Laura Mota en los Jardines del Alcázar. / Actidea

Israel F. Martínez y Patricia Arauzo ya combinaron en su recital del Alcázar de hace unas semanas la música de estas dos grandes figuras del Romanticismo ruso, la de un Rajmáninov que pareció quedarse anclado en el tiempo y la de Scriabin, que fue evolucionando hacia unas creaciones de una sutileza que llegaron a conectar de algún modo con la modernidad que Debussy impulsaba desde París. Esta vez fue una joven pianista asturiana la que mezcló la música de ambos compositores en su presentación sevillana, un debut que conviene ser visto con prudencia ya que el escenario al aire libre y la amplificación complican el juicio.

Laura Mota (Oviedo, 2003) se presentó con un Scriabin (la 2ª sonata o Sonata-Fantasía) tocado con impecable literalidad. Esos acordes arpegiados en ritmos con puntillo del arranque que dan a la textura un carácter brumoso y esas grandes ligaduras de la partitura que se mezclan con los compases específicamente marcados en staccato por el compositor tuvieron en sus manos una realización irreprochable. Tocó además el virtuosístico segundo movimiento con una agilidad y una soltura admirables, por más que las dinámicas parecieran un poco chatas (la amplificación desde luego no ayuda).

La joven asturiana es sin duda una pianista talentosa, que está aún construyendo su personalidad: la Elegía de Rajmáninov resultó acaso demasiado lineal, falta de cierta espontaneidad, de flexibilidad en el fraseo y, una vez más, en los matices dinámicos; el Étude-tableau Op.33 nº4 sonó recio y un punto seco, casi trágico; dio gran contraste a los dos Preludios de la Op.23, casi solemne en su lentitud resultó el nº4, impecable otra vez en la articulación y de gran claridad expositiva la popular marcha del nº5.

Volvió a Scriabin con el famoso Preludio y Nocturno para la mano izquierda, que tanto ha ayudado a difundir Joaquín Achúcarro, al que dio el lirismo que el inspiradísimo díptico requiere gracias a un estupendo legato y un aire fantasioso, no lejano al espíritu de la improvisación, del que acaso carecieron los dos estudios que siguieron, tocados una vez más con una pulcritud y un cuidado exquisito en la rítmica. La Fantasía Op.28 de cierre conectó en su inicio brumoso y su intensidad con la Sonata del arranque, dejando, con el nuevo Estudio de Scriabin de propina, la sensación de una pianista con tanta agudeza, musicalidad y talento como margen de progreso. 

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